sábado, 28 de febrero de 2009

al otro lado del cristal


(Arriba, algunos figurantes del cortometraje "La nadadora", en algún momento de la noche del 27 al 28 de febrero de 2oo9. Abajo Gemma Vidal, la directora de todo, en el único descanso que se tomó.)

"La posguerra fue una época en que todos creían ser poetas, y todos pensaban ser políticos. Después de tantos años en que pareció que el mundo había quedado enmudecido, petrificado, y en que la realidad había sido observada como desde el otro lado de un cristal, en una vítrea, cristalina y muda inmovilidad, todos imaginaron que se podía y se debía hacer poesía de todo. Durante los años del fascismo, los novelistas y los poetas se habían quedado faltos de palabras, pues a su alrededor no había muchas que estuviera permitido usar, y los pocos que habían continuado utilizándolas las habían escogido con sumo cuidado del pobre patrimonio de briznas que aún quedaba. Durante la época del fascismo los poetas habían expresado tan sólo el mundo árido, cerrado y sibilino de los sueños. Ahora volvía a haber muchas palabras en circulación, y la realidad se ofrecía de nuevo al alcance de la mano. Por lo cual, aquellos que antes habían carecido de palabras se pusieron a vendimiar en ella con delicia. La vendimia fue general, porque a todos se les ocurrió participar en ella, y esto determinó una confusión entre el lenguaje de la política y el de la poesía, que aparecieron mezcladas entre ellas. Pero después la realidad se mostroó compleja y secreta, no menos indescifrable y oscura que el mundo de los sueños, y se siguió revelando situada al otro lado del cristal, y la ilusión de haber roto aquel cristal se mostró efímera."

(Natalia Ginzburg, Léxico familiar, Barcelona, Lumen, 2oo7, pp. 202-203. Trad. de Mercedes Corral)

jueves, 26 de febrero de 2009



Cartas de Vicenta Lorca a su hijo Federico, Barcelona, RBA, 2008. Edición de Víctor Fernández. Prólogo de Lluís Pasqual.

“¿Hay algo mejor en la literatura que las mejores cartas?”, se pregunta Walt Whitman en un precioso libro misceláneo que ha preparado el poeta venezolano Rafael Cadenas (Habla Walt Whitman, Valencia: Pre-Textos, 2008, p. 38), y por aquellos mismos años Emily Dickinson, la otra gran voz poética de Norteamérica, escribía que “A letter is a joy of Earth – / It is denied the Gods” (“Una carta es un goce terrenal / que los dioses ignoran”, según la inexacta pero insuperable versión que de los poemas de Dickinson hizo Carlos Pujol en Algunos poemas más, Granada: Comares, 2005, p. 491). Ambos siguen teniendo razón: quienes acudimos instintivamente a la literatura a buscar verdades y explicaciones obtenemos en las cartas (especialmente en las más humildes y naturales, en las que nunca pudieron pensar que acabarían publicándose) una autenticidad directa y un temblor vital al que es difícil que acceda una creación literaria consciente de serlo. Y, glosando la segunda cita, es cierto que, reduciendo y meditando bien el fenómeno epistolar, el hecho de que un ser humano envíe a otro unas palabras escritas que vencen la distancia y los días y transportan una información, un ruego, unos afectos..., supone uno de los acontecimientos más hermosos de la especie humana, una de las grandes conquistas de la civilización, una victoria sobre nuestras miserias.
Se ha publicado ahora un pequeño epistolario especialmente conmovedor por su sencillez y su limpieza, por la forma en que se transmite lo mejor que tenemos. Son palabras dirigidas por una madre a su hijo. Ella es Vicenta Lorca González y él Federico García Lorca, y, a pesar de esto, es la primera vez que se editan estas 34 preciosas cartas (más otras dos en el apéndice, dirigidas a Rafael Martínez Nadal en 1935 y a Gregorio Prieto en 1950, y en las que doña Vicenta trata asuntos relacionados con la difusión de la obra del poeta, antes y después de su asesinato), que son todas las que se conservan en el archivo de la Fundación Federico García Lorca. Las ha ordenado, transcrito y anotado Víctor Fernández, quien también aporta una introducción en la que se esboza la biografía de Vicenta Lorca y se reproduce lo que dijeron de ella quienes la conocieron (su hija Isabel, José Mora Guarnido, Martínez Nadal, Carlos Morla Lynch, José Bello o, por supuesto, el propio Federico).
Para explicar el cariño que rebosan esas cartas hay que recurrir necesariamente a la cita. Son muchos los humildes pero valiosos consejos que me gustaría copiar aquí, pero bastará con tres. El 16 de enero de 1921 le escribe a la Residencia de Estudiantes para avisarle de que “no puedes perder ni un día, ni dejar nada para mañana como tú acostumbras. Que el tiempo vuela y muy pronto cumplirás veintitrés años y es la hora de trabajar y lanzarse definitivamente a ser, pero con entusiasmo y valentía, sin temerle a nada ni a nadie” (p. 45). El 10 de febrero de 1930, cuando su hijo ya conoce el éxito y el prestigio, le hace saber que “Comprendo que pensarás muchas cosas y sentirás no poderlas hacer todas; pero empieza por lo más necesario o lo que te convenga más y trabajando con orden y constancia todo lo conseguirás. Te repito que el orden en el trabajo ahorra mucho tiempo” (p. 80). Y el 12 de marzo de 1931 le insiste inolvidablemente en que “no pierdas el tiempo tontamente, pues ahora estás en el máximum de rendimiento en tu trabajo, y desde Mariana y la Zapatera han pasado seis años y no has hecho otra cosa” (p. 95).
Si la exhortación a aprovechar el tiempo (“no pierdas el tiempo porque una vez pasado no vuelve más”: p. 76) es uno de los “estribillos” de este epistolario, otro sería la admirable y convencida fe que doña Vicenta dedica a las posibilidades literarias de su hijo desde el principio, algo francamente llamativo y me temo que no demasiado frecuente entre aquellos cuyos hijos muestran ambiciones o intenciones artísticas. En la primera carta conservada y editada aquí (de octubre de 1920), le pide que “no descuides tu Literatura que para mí tiene más importancia que todas las carreras, o, mejor dicho, ésa es la carrera por excelencia para ti y para mí” (p. 34). Sorprende el respeto que late en esa mayúscula, incluso en una mujer culturalmente inquieta que, como explica Fernández, había estudiado a conciencia y llegó a ejercer de maestra algunos años.
El autor teatral Lluís Pasqual destaca en su breve prólogo que “La madre no escribe para contarle lo que le está pasando a ella –ella desaparecerá voluntariamente detrás de sus sentimientos– o a la familia, sino básicamente para contarle, desde la distancia, lo que le ocurre a él, porque ella lo sabe mejor que nadie, mejor que él mismo, sin que nadie se lo cuente. Lo que le ocurre o, en muchos casos, lo que le ocurrirá. Sin imponer nada” (p. 10). Es cierto: Vicenta apenas habla de Vicenta, pero en lo que nos cuenta adivinamos mucho sobre esa mujer, sobre todo porque es una persona sencilla que no oculta nada, que no calcula, que no contempla intereses propios. Y, por supuesto, de estas páginas podemos extraer mucha información sobre los pasos y, sobre todo, la personalidad de Federico García Lorca, y tal vez el retrato más escueto y hermoso de todos los que conozco: “tú, hijo mío, eres el hombre que siempre lleva la alegría consigo” (p. 74).
En otro momento afirma que “estoy tranquila porque sé que tú eres un hombre muy moral y muy bueno” (p. 49), y esa calma interior se aprecia en su forma de abordar todos los temas (e incluso en todas las fotos que ilustran esta edición). Su carácter es por lo general optimista y positivo, aunque a veces se le escapa cierta amargura (“así es la vida con más cosas desagradables que agradables”: p. 68) o protesta de un modo muy indirecto y resignado (“Yo por mí no te pido nada pues estando tu padre satisfecho también lo estoy yo”: p. 60), pero también es verdad que estas quejas tienen algo de fórmula casi paremiológica, lo cual podría hacernos pensar que doña Vicenta no tenía muy interiorizado ningún gran sufrimiento o sacrificio, sino que era una mujer que supo permanecer por encima de las circunstancias.
Ese padre al que se aludía en el último paréntesis, Federico García Rodríguez, suscribe varias de las cartas sin escribir en ninguna, aunque acostumbra a enviar encargos, preguntas y cariños. Los que sí aportan a veces algunas líneas propias son Francisco e Isabel García Lorca (la cual cuenta a su hermano sus progresos en las clases que profesores como Pedro Salinas o José Fernández-Montesinos le impartían en la Universidad (p. 101) y en las que a partir de octubre de 1933 dictó ella misma en el Instituto Escuela (p. 109), según contó también mucho después en sus Recuerdos míos, Barcelona: Tusquets, 2002), y entre todos forman un poblado retrato de familia y amigos que arropa a los dos protagonistas de este libro y a la vez sirve casi para enfocarlos, para alumbrarlos. Por una parte el poeta (in absentia pero no del todo, ya que Fernández le concede también la palabra en las notas a pie de página, recurriendo hábilmente al Epistolario completo organizado por Andrew A. Anderson y Christopher Maurer en Madrid: Cátedra, 1997) y por otro, preocupándose por él y alentándolo, su admirable madre, cuyos consejos podrán servir hoy también a muchos lectores.
El emperador estoico Marco Aurelio alababa en sus Meditaciones (I, 7) “el escribir sin afectación las cartas” (según la muy reimprimida traducción de Bartolomé Segura Ramos en Alianza), así que con seguridad le habrían gustado las de Vicenta Lorca. Como gustarán a todos los que las lean, ya que lo que en el fondo sucede, lo sepamos o no, es que todos querríamos merecer y recibir cartas como éstas.

[Reseña publicada en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, nº 69 (junio de 2oo8), pp. 163-164.]

domingo, 22 de febrero de 2009

"... it's always black and white..."

(Sebastián Taberna y AT -mis dos editores...- en el Rastro de Madrid: 22 de febrero de 2oo9)


Una madre y su hijo
acaban de atajar
Por mi jardín

***

A mother & son
just took a shortcut
Thru my yard

(Jack Kerouac, Libro de jaikus, Madrid, Bartleby, 2oo7, pp. 42-43. Trad. de Marcos Canteli.)

sábado, 21 de febrero de 2009

la grieta de la pared

(Madrid, 21 de febrero de 2oo9)

Todo era pobre, desnudo, transfigurable,
nuestros muebles eran sencillos como piedras,
nos gustaba que la grieta de la pared
fuera esa espiga en que se enjambraban mundos.

Nubes, aquella tarde,
las mismas de siempre, como la sed,
la misma tela roja, desatada.
Pasajero, imagina
nuestras repeticiones, prisas y confianzas.

***

Tout était pauvre, nu, transfigurable,
Nos meubles étaient simples comme des pierres,
Nous aimions que la fente dans le mur
Fût cet épi dont essaimaient des mondes.

Nuées, ce soir,
Les mêmes que toujours, comme la soif,
La même étoffe rouge, dégrafée.
Imagine, passant,
Nos recommencements, nos hâtes, nos confiances.

(Yves Bonnefoy, Las tablas curvas, Madrid, Hiperión, 2oo3, pp. 16-17. Trad. de Jesús Munárriz)

miércoles, 18 de febrero de 2009

la duración de esta vida intermedia

(Barcelona, 9 de septiembre de 2oo8)

Si supiera que vienes en otoño
daría un manotazo a este verano,
desdeñosa y sonriente,
como hacen las mujeres con las moscas.

Si te pudiera ver dentro de un año
haría doce ovillos con los meses,
guardándolos cada uno en un cajón
para no equivocarme.

Si el plazo fueran siglos
los iría contando con la mano,
restando hasta caérseme los dedos
en la isla de Tasmania.

Si estuviera segura de vivir
los dos tras el final de esta existencia,
tiraría el vivir como una cáscara
para quedarme con la Eternidad.

Pero como no sé la duración
de esta vida intermedia,
siento el pinchazo de la Abeja Duende,
que hace daño aunque no se ve jamás.

***

If you were coming in the fall,
I'd brush the summer by
With half a smile and half a spurn,
As Housewives do a Fly.

If I could see you in a year,
I'd wind the months in balls -
And put them each in separate Drawers,
Until their time befalls -

If only centuries delayed,
I'd count them on my hand,
Subtracting till my fingers dropped
Into Van Diemen's Land.

If certain, when this life was out -
That yours and mine should be,
I'd toss it yonder like a Rind,
And taste Eternity -

But now, all ignorant of the length
Of time's uncertain wing,
It goads me, like the Goblin Bee -
That will not state - its sting.


(Emily Dickinson, Algunos poemas, Granada, La Veleta, 2oo1, p. 97. Versión de Carlos Pujol).

lunes, 16 de febrero de 2009

la función que gusta a todos

(Madrid, 16 de febrero de 2oo9)


Si yo muriera y tú
vivieses todavía,
y continuase el tiempo gorgoteando,
la mañana hecha luz,
el mediodía ardiendo,
como suele ocurrir;
madrugando los pájaros
para tejer sus nidos,
como siempre afanosas las abejas...
Sería entonces fácil renunciar
a las cosas de aquí.
¡Qué bien saber que los negocios van
a seguir siendo prósperos
cuando una duerme entre las margaritas!
Que el comercio será muy floreciente,
viento en popa la industria.
Eso da un gran sosiego al que se va,
deja sereno el ánimo:
que señores tan listos
dirijan la función que gusta a todos.

***

If I should die,
And you should live -
And time should gurgle on -
And morn should beam -
And noon should burn -
As it has usual done -
If birds should build as early,
And bees as bustling go -
One might depart at option
From enterprise below!
'Tis sweet to know that stocks will stand
When we with daisies lie -
That commerce will continue -
And trades as briskly fly -
It makes the parting tranquil
And keeps the soul serene -
That gentlemen so sprightly
Conduct the pleasing scene!

(Emily Dickinson, Algunos poemas, Granada, La Veleta, 2oo1, p. 22-23. Versión de Carlos Pujol).

sábado, 14 de febrero de 2009

apagar la mirada



VIVIR EN EL CAMPO

Sobre la naturaleza no hay
ya mucho que decir:
Cada mañana a las nueve
aparecen tres venados
en el campo visual: Los veo
un rato desde la ventana
antes de apagar la mirada

(Günter Kunert, Antología de cien poemas (1950-1990), Huelva, Fundación Odón Betanzos Palacios, 1995, p. 105. Trad. de José Luis Reina Palazón).

miércoles, 11 de febrero de 2009

una incorrección

(La madrileña calle Pinar estuvo en Siberia el 9 de enero de 2oo9)


Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y, sentadas a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.
-Toma un poco de vino -dijo la muerte.
La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.
-No veo que haya vino -dijo.
-Es que no hay -contestó la muerte.
-¿Y por qué me dijo usted que había? -dijo.
-Nunca dije que hubiera sino que tomes -dijo la muerte.
-Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo -respondió la niña muy enojada.
-Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada -se disculpó la muerte.
La muñeca abrió los ojos.

(Alejandra Pizarnik, Prosa completa, Barcelona, Lumen)

sábado, 7 de febrero de 2009

idioma del gato

(Madrid, 4 de diciembre de 2oo8)


Me gustaría verme traducido
al idioma del gato.

Ese merodear. Esa atención. Ese silencio.

viernes, 6 de febrero de 2009

de ciudades y cielo

(Zaragoza, 23 de enero de 2oo9)


LA NOCHE DEL CONCIERTO DE AEROSMITH

En medio del concierto de Aerosmith
de repente, no sé por qué -tal vez
es el calor extraño de los focos-, me veo
en una habitación; estoy sentado
junto a la luz azul y pienso: todas
las cosas a mi alrededor se acercan,
quieren entrar al libro,
son igual que esos pájaros, los pájaros tan tristes
que se golpean contra las ventanas
de una casa encendida.
Me pregunto
qué va a pasar entonces, qué está pasando ahora.

Y hay algo raro, algo
parecido a los viajes en tren, la sucesión
de ciudades y cielo, de ciudades
y cielo, de ciudades
y cielo, desde un tren,
de ciudades y cielo.

(Benjamín Prado, Cobijo contra la tormenta, Madrid, Hiperión, 1995).

jueves, 5 de febrero de 2009

Cuatro poemas de Izet Sarajlic

(Rastro de Madrid, 25 de enero de 2oo9)


HERMANAS

Las de Esenin
se llamaban Shura y Katia.

Las de Mayakovsky,
Ludimilla y Olia.

Las mías, Nina y Raza.

Y todas han muerto.

Raza y Nina
a cincuenta días de distancia.

Han muerto, o mejor dicho,
las penurias las han asesinado.

Tengo que encontrar como sea
una nueva hermana.

Porque yo no puedo
vivir sin ser hermano.


***

A LOS AMIGOS DE LA EX YUGOSLAVIA

¿Qué nos ha ocurrido de repente,
amigos?

No sé qué hacéis.
Qué escribís.
Con quién bebéis.
Qué libros leéis.

No sé siquiera
si seguimos siendo amigos.


***

VIUDEZ

Todas vuelven de algún lugar.
Zelja de Regensburg.
Sanja de Trieste.
Asja de Mallorca.
Daniela de Túnez.
Nieves de Roma.
Mirka de Budapest.
Sandra Lucic de Tucêpi.
Nusa Kajetan del mercado.
Zaga del hospital.
Lucy de clase.

Todas vuelven de algún lugar.
Sólo tú no vuelves.


***

AQUELLOS DOS ABRAZADOS

Aquellos dos abrazados a orillas del Rin en Gothlieben
podríamos ser tú y yo.
Pero tú y yo no volveremos nunca a pasear
abrazados a orillas de ningún río.

Ven, paseemos al menos en este poema


(Una calle para mi nombre, Lucena, 4 Estaciones, 2003 (2ª ed.), pp. 97-98, 92, 116 y 118. Trad. de Juan Vicente Piqueras, Sinan Gudzevic y Raffaella Marzano).