miércoles, 18 de mayo de 2011

'La señal y otros relatos', de Vsévolod Garshin




El propio cuerpo


Vsévolod Garshin, La señal y otros relatos, Contraseña, Zaragoza, 2010.
Trad. de Sara Gutiérrez. Prólogo de José-Carlos Mainer



En uno de los artículos de Agustín de Foxá que Jordi Amat acaba de seleccionar para Nostalgia, intimidad y aristocracia (Fundación Banco Santander, 2010, pp. 315-317), el falangista madrileño visita en 1942 la casa del pintor Iliá Yemifovich Repin y contempla algunas de sus obras. Tal vez entre ellas todavía estaba el impactante retrato que Repin dedicó en 1884 al escritor ucraniano Vsévolod Garshin (1855-1888), cuadro con el que José-Carlos Mainer comienza ahora su presentación de aquel escritor ucraniano, casi desconocido entre nosotros.
Los nueve cuentos que la editorial zaragozana Contraseña ha reunido en La señal y otros relatos son extraordinariamente buenos, una revelación. Fueron escritos entre 1877 y 1887, un año antes de que su joven y atormentado autor se suicidase, y, al parecer, constituyen lo mejor de una producción literaria tan exigua como inmensa, una obra que fue valorada y aplaudida desde el principio y admirada por autores tan exigentes como Tolstói o Turguénev (a cuya memoria está dedicado el cuento “La flor roja”, uno de los más desasosegantes y uno de los que más nítidamente termina “mal pero bien”, algo muy característico de Garshin). De hecho, el tono de este escritor rebosa una piedad que, como apunta y explica Mainer, recuerda mucho a la que por aquel tiempo aplicaba Tolstói a sus narraciones, pues lanza siempre una mirada compasiva –o cuando menos comprensiva– sobre sus desamparados y vulnerables personajes.
El tono de Garshin es más amargo, más desgarrado, a veces más sórdido y siniestro, pero consigue una extraña mezcla de pesimismo y esperanza, de sufrimiento y consuelo, y se manifiesta una tristeza ante el mundo y sus agresiones que no apaga la instintiva alegría ante la vida. Los cuentos están protagonizados por suicidas, enajenados, soldados agonizantes, prostitutas alcohólicas, ingenieros corruptos, artistas en crisis o ciudadanos vacíos y traumatizados inaugurando la modernidad. Pero lo que cabe destacar por encima de todo es la verdad con la que Garshin, que había luchado como voluntario en una de las guerras rusas contra los turcos, expresa su profundo antibelicismo, con una actitud ya no sólo pacifista sino antimilitarista. Baste como ejemplo una cita, tan sencilla como sublime, del cuento “El cobarde”: “Yo soy un joven tranquilo, de buen corazón, que hasta ahora sólo conocía sus libros, el aula, la familia y unas cuantas personas cercanas, que piensa en comenzar su propio trabajo dentro de uno o dos años, una tarea de amor y verdad; yo, al fin, acostumbrado a observar el mundo objetivamente, acostumbrado a ponerlo delante de mí, que pienso que en todas partes sé ver el mal existente y por lo tanto huyo de ese mal, veo todo mi edificio de tranquilidad derrumbado [...]. Y ningún progreso, ningún conocimiento propio ni del mundo, ninguna libertad espiritual me darán la triste libertad física, la libertad de disponer del propio cuerpo”.


(Reseña publicada en el suplemento 'Artes & Letras' de Heraldo de Aragón, nº 320 (30 de diciembre de 2010), pp. 4-5.)