martes, 12 de febrero de 2013

Balance bibliográfico del centenario de la Residencia de Estudiantes


 

BALANCE BIBLIOGRÁFICO DEL CENTENARIO DE LA
RESIDENCIA DE ESTUDIANTES: 2009-2011.

 
 
Cien años después de iniciarse su actividad, lo que se ha escrito sobre la Residencia de Estudiantes es ya tan voluminoso como, en general, sobresaliente. La conmemoración en octubre de 2010 del centenario de su fundación ha ido trayendo una buena cantidad de nuevas publicaciones, y la bibliografía sobre su historia se ha visto así incrementada con aportaciones notables y reveladoras.
            La propia Residencia, comprometida con su tradición y su pasado, ha ofrecido reediciones revisadas y ampliadas de las dos principales monografías que existían: La Residencia de Estudiantes. Los residentes, de Margarita Sáenz de la Calzada, y La Residencia de Estudiantes. 1910-1936. Grupo Universitario y Residencia de Señoritas, de Isabel Pérez-Villanueva Tovar, a las que se ha incorporado después El coro de Babel. Las actividades culturales de la Residencia de Estudiantes, de Álvaro Ribagorda, quien ya había dedicado a la Residencia los capítulos 5 y 6 de su libro Caminos de la modernidad. Espacios e instituciones culturales de la Edad de Plata (1898-1936) (Madrid, Biblioteca Nueva / Fundación José Ortega y Gasset, 2009) y varios artículos importantes, entre los que, por reciente, cabe citar “Los frutos perdidos: Los intelectuales de la Residencia de Estudiantes en el exilio” (Arbor. Ciencia, Pensamiento y Cultura, nº 735 (enero-febrero 2009), pp. 13-28). El libro de Sáenz de la Calzada (que amplía su anterior La Residencia de Estudiantes. 1910-1936, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1986) suponía un primer acercamiento, familiar y panorámico, a la historia de la institución, centrándose muy deliberadamente en las personas que la impulsaron, habitaron y encarnaron, buscando sus orígenes antes de 1910 y siguiéndoles los pasos tras 1936 (y de hecho aporta en apéndices la “Relación de residentes” más completa hasta la fecha, aunque por desgracia todavía faltan datos en ese apasionante work in progress que es la reconstrucción de aquellos años de actividad). En cuanto al de Pérez-Villanueva Tovar (procedente de su premiada tesis doctoral y publicado por primera vez como La Residencia de Estudiantes. Grupos universitario y de señoritas. Madrid, 1910-1936, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1990) es, simplemente, el análisis más exhaustivo, tanto en amplitud como en profundidad, que se ha hecho hasta hoy sobre la época histórica de la Residencia de Estudiantes y la Residencia de Señoritas. Basta comprobar el índice y, después, los títulos de los subapartados, para comprobar la intención de la autora de no descuidar ningún detalle. Se ofrece además, en apéndices, una lista cronológica de las actividades culturales que se celebraron en ambos centros, lo cual ha sido objeto de estudio específico de la informativa monografía de Ribagorda, quien saca sus propias conclusiones a través de estadísticas generales y parciales (aunque no las compara con las agendas de otras instituciones españolas de la época, algo que habría sido necesario para medir la singularidad de la Residencia).

            Además de la aparición de una tercera edición facsímil de los veinte números de la revista Residencia, que ha venido enriquecida con nuevos y más completos índices (aunque desde 2008, en el portal Edad de Plata, se puede consultar la edición digital de la revista, con la transcripción de los textos y herramientas de búsqueda avanzada), el sello editorial de la Residencia de Estudiantes también ha dado a luz las actas del congreso 1907-2007. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas un siglo después, editadas por José Manuel Sánchez Ron y José García-Velasco. Esta obra supone, sin ninguna exageración, un verdadero hito en la bibliografía sobre la modernización de España a comienzos del siglo XX y, aparte de lo que sobre la Residencia se dice en la mayoría de artículos, en el segundo de los dos volúmenes hay un apartado titulado “Residencias de Estudiantes en la JAE”, que comprende los siguientes artículos: “La proyección de la Residencia de Estudiantes: el poder político, la opinión pública y la universidad”, de Isabel Pérez-Villanueva Tovar; “Contra viento y marea: la Residencia de Estudiantes y la JAE durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)”, de Álvaro Ribagorda; “La Residencia de Estudiantes como plataforma de renovación de las artes escénicas y su evolución de la mano de las artes plásticas”, de Idoia Murga Castro; “El doctor Francisco Pérez-Dueño, la JAE y la Residencia de Estudiantes”, de Juan Manuel Riesgo Pérez-Dueño; “La Residencia de Señoritas dentro del esquema de la JAE”, de Raquel Vázquez Ramil; “El ‘espíritu de la casa’ en la Residencia de Estudiantes. Características específicas del grupo de señoritas”, de Azucena López Cobo; “La vida en la Residencia de Señoritas a través de los expedientes de sus alumnas", de Nere Basabe; y “Cartas de Zenobia Camprubí y María de Maeztu. Inicios del comité para la concesión de becas”, de Emilia Cortés Ibáñez. Pero en varios otros lugares de esa obra hay nuevas noticias o actualizaciones sobre la Residencia, como en el artículo de Salvador Guerrero (sobre las instalaciones de la Residencia tras 1939), Carmen Magallón Portolés (sobre la residente Felisa Martín Bravo, primera española doctora en Física) o las distintas “visitas” a los laboratorios de la JAE cuyas instalaciones estaban en la Residencia (asunto sobre el que todavía hay que consultar el sintético texto de Josep L. Barona “Los laboratorios de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (J.A.E.) y la Residencia de Estudiantes (1912-1939)”, Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, vol. 59, nº 2 (2007), pp. 87-114).

            Estas nuevas meditaciones en torno a la Residencia de Estudiantes y la Residencia de Señoritas se unen a las que aparecieron en el número 78-80 del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, que procedían principalmente del seminario La Residencia de Estudiantes en su centenario. Nueva mirada sobre Alberto Jiménez Fraud y la Residencia, dirigido por José-Carlos Mainer y José García-Velasco, y celebrado entre el 14 y el 18 de junio de 2010. Los colaboradores eran Salvador Ordóñez, Margarita Jiménez, Marietta Vázquez de Parga, Rafael Benjumea, Juan Carlos Ara Torralba, Francisco Chica, Javier Moreno Luzón, Manuel Suárez Cortina, Carmen Sánchez, Juan Pérez de Ayala, Eugenio Otero Urtaza, Isabel Pérez-Villanueva Tovar, Josefina Gómez Mendoza, Almudena de la Cueva, Carmen Magallón Portolés, Román Gubern, Andrés Soria Olmedo, María Dolores Albiac Blanco, Julio Neira, James Valender, Javier Garciadiego, Nigel Dennis, Consuelo Naranjo Orovio, Álvaro Ribagorda, Margarita Sáenz de la Calzada y José Álvarez Junco, al tiempo que se recuperaban los testimonios de época de John Brande Trend y Alexis Sluys. Unas y otras constituyen las últimas reflexiones sobre la Residencia y sus protagonistas, sus instalaciones, su ideario pedagógico, su organización interna, su vida cotidiana, sus actividades culturales, sus publicaciones, sus laboratorios, su apuesta por el excursionismo y los deportes, su contribución a la plena incorporación de las mujeres a la vida pública y a la investigación científica, y las circunstancias que condicionaron sus veintiséis años de trabajo entre 1910 y 1936, así como el brusco final producido por la guerra, las vicisitudes vividas por los residentes durante el periodo bélico, los proyectos de los residentes exiliados por mantener vivo o recuperar de algún modo “el espíritu de la casa” y, finalmente, la recuperación de la Residencia de Estudiantes en 1986 y todo lo que se ha conseguido durante los veinticinco años de esta segunda etapa.

            Pero también la Revista de Occidente dedicó uno de sus monográficos a “Ortega en el centenario de la Residencia de Estudiantes”. Fue en el número 355, de diciembre de 2010, y allí se podían leer los artículos de José García-Velasco (“Afinidades electivas”), Javier Zamora Bonilla (“La presencia de Ortega en la Residencia de Estudiantes”), José Lasaga Medina (“La paideia del Arquero: el vital esfuerzo”), Azucena López Cobo (“Los poetas de la Residencia en la Revista de Occidente”) y Juan Pérez de Ayala (“Ortega, la Residencia y la Sociedad de Cursos y Conferencias”). Ya en 2012 ha llegado, por parte del joven investigador Luis G. Martínez del Campo, un nuevo acercamiento en uno de los principales capítulos de La formación del gentleman español. Las residencias de estudiantes en España (1910-1936) (Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2012), y gracias a Maria Dolors Fulcarà, contamos con una nueva explicación de la historia de una institución hermana bastante desconocida: La Residencia d’Estudiants de Catalunya (1921-1939) (Publicacions de la Universitat de Barcelona, 2012: ver también la reseña de Jordi Amat en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, nº 544 (21 de noviembre de 2012), pp. 10-11).

            Además, y aparte de la copiosa bibliografía que, en decenas de idiomas y siempre creciente, implica a residentes como Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa, Federico García Lorca, Salvador Dalí, Luis Buñuel y Severo Ochoa, o a los habituales visitantes Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Eugeni d’Ors o Juan Negrín, en 2010 se publicó una edición crítica del clásico de Vicente Cacho Viu sobre La Institución Libre de Enseñanza (ed. de Octavio Ruiz Manjón, Madrid, Fundación Albéniz / Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales), Ernesto Caballero Garrido y María Azcuénaga Cavia ampliaron las reflexiones sobre La Junta para Ampliación de Estudiantes e Investigaciones Científicas. Historia de sus centros y protagonistas (1907-1939) (Gijón, Trea), algo antes había llegado el testimonio de Francisco Esteve Gálvez sobre el Crucero Universitario de 1933 (En el entorno de las aguas luminosas. El crucero universitario, 1933, Zaragoza, Institución Fernando el Católico / Diputación Provincial de Castellón, 2009) y después llegó el de Julián Marías (Notas de un viaje a Oriente, ed. de Daniel Marías y Francisco Javier Jiménez, Madrid, Páginas de Espuma, 2011), al tiempo que conocíamos el Diario de la revolución y de la guerra (1936-1939) del institucionista Carlos González Posada (ed. de Miguel Ángel del Arco Blanco, Granada, Comares, 2011) y las esperadas memorias de Julián de Zulueta, con nuevos retratos de la vida en el Instituto-Escuela (Tuan Nyamok (El señor de los mosquitos). Relatos de la vida de Julián de Zulueta contados a María García Alonso, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2011). En cuanto a Carmen de Zulueta, José Muñoz Millanes escribió un extenso artículo que, más que una nota necrológica, constituye un completo repaso de su trayectoria personal e intelectual (“Carmen de Zulueta, el arte de interpretar la historia”, Turia, nº 97-98 (marzo-mayo de 2011), pp. 24-32), y también puede leerse la semblanza de Inmaculada de la Fuente (en Clarín. Revista de Nueva Literatura, nº 92 (marzo-abril 2011), pp. 33-35). En su biografía de Pío Baroja, José-Carlos Mainer ha hablado de la Institución Libre de Enseñanza como “referente esencial de un patriotismo laico y progresista y formadora de un nutrido vivero de disidencia intelectual” (Madrid, Taurus / Fundación Juan March, 2012, p. 69). Además, no pasó desapercibido que en 2011 se conmemoraba el centenario de la muerte de Joaquín Costa, lo cual dio lugar a muchas publicaciones (entre las que no se puede dejar de mencionar la aparición de las Memorias de Joaquín Costa, en edición de Juan Carlos Ara Torralba, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011) y a alguna exposición importante, como Joaquín Costa. El fabricante de ideas, que pudo visitarse en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza y en la Biblioteca Nacional de España. Aunque, como hito en lo que a muestras (y catálogos) se refiere, hay que recordar la titulada Francisco Giner de los Ríos. Un andaluz de fuego, que se inauguró en Ronda en abril y desde entonces ha podido visitarse en otras ciudades andaluzas, dado que la Junta de Andalucía tuvo el acierto de nombrar a Giner “Autor del año 2011”.

Pero, volviendo a lo que se refiere específicamente a la Residencia de Estudiantes, han llegado reflexiones importantes o nuevas noticias en la Historia de la literatura española. 6. Modernidad y nacionalismo. 1900-1939 de José-Carlos Mainer (Barcelona, Crítica, 2010) y en Historia de la literatura española. 7. Derrota y restitución de la modernidad (1939-2010) de Jordi Gracia y Domingo Ródenas (Barcelona, Crítica, 2011), en la reedición corregida de Las armas y las letras. Literatura y guerra civil, 1936-1939 de Andrés Trapiello (Barcelona, Destino, 2009) y también en varios de los artículos y prólogos que el escritor leonés ha recogido en Los vagamundos (Barcelona, Barril & Barral, 2011: ver especialmente el dedicado íntegramente a la Residencia, titulado “El falansterio de la vanguardia”, pp. 197-199), en Medio mundo y otro medio. Memorias escogidas de José Moreno Villa (ed. de Humberto Huergo Cardoso, Valencia, Pre-Textos, 2010) y en la selección de sus poemas que Juan Cano Ballesta preparó para la canónica colección ‘Letras Hispánicas’ (La música que llevaba. Antología poética, Madrid, Cátedra, 2010), en La experiencia literaria y otros ensayos de Alfonso Reyes (ed. de Jordi Gracia, Madrid, Fundación Banco Santander, 2009), en la biografía que Javier Juárez dedicó a Gustavo Durán (Comandante Durán. Leyenda y tragedia de un intelectual en armas, Barcelona, Debate, 2009), en los textos de Juan Manuel Bonet y Antón Castro recogidos en el volumen colectivo Pilar Bayona. 30 miradas (Zaragoza, Libros del Innombrable, 2009 –y Castro, de nuevo al hilo de Bayona, ha vuelto a referirse a la Residencia en el final de esa pequeña y hermosa bildungsroman titulada Cariñena, Consejo Regulador de la Denominación de Origen de Cariñena, 2012, p. 111–) o en varias de las Cartas a Germaine (1919-1935) de Jorge Guillén (ed. de Margarita Ramírez, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2010), las cuales dieron lugar a su vez a una hermosa página de Antonio Muñoz Molina (“Revelaciones azules”, Babelia [El País], 23 de octubre de 2010, p. 7). Y se ha reeditado la canónica y exhaustiva biografía de Federico García Lorca, de Ian Gibson (ahora en Barcelona, Crítica, 2011), quien próximamente culminará otra sobre Luis Buñuel, completando así una trilogía de amigos que también incluye La vida desaforada de Salvador Dalí (Barcelona, Anagrama, 1998). Sobre temas musicales, desde ahora se hace necesaria la consulta de la monografía de Leticia Sánchez de Andrés Música para un ideal. Pensamiento y actividad musical del krausismo e institucionismo españoles (1854-1936) (Madrid, Sociedad Española de Musicología, 2009). Y en cuanto a la danza, es muy reciente el minucioso estudio de Idoia Murga Castro Pintura en danza. Los artistas españoles y el ballet (1916-1962) (Madrid, CSIC, 2012), cuyos primeros capítulos abordan los “Escenarios de la Edad de Plata”.

Otro de los principales acontecimientos bibliográficos de 2010 fue la publicación, por parte de El Colegio de México, de una edición facsímil que recoge en un solo volumen los Estudios sobre la universidad española de Alberto Jiménez Fraud, con presentación de Javier Garciadiego. Y El Colegio de México acometió también la edición del facsímil de aquel número extraordinario de la revista Residencia que se publicó en México en 1963 y en el que, aparte del póstumo de Jiménez Fraud, se incluían textos de los residentes Juan Ramón Jiménez, Jesús Bal y Gay, Emilio Prados, Francisco Grande Covián, Severo Ochoa o Gabriel Celaya junto a colaboraciones de Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Ignacio Chávez, Ignacio González Guzmán, Homero Serís, Américo Castro, Ramón Carande, Julio Caro Baroja, Luis García de Valdeavellano, Faustino Cordón, Miguel Prados y Such, Martín Domínguez, José García Lora, José Puche, Rafael Martínez Nadal, Isaac Costero y José Ángel Valente, cuyo artículo, “Don Antonio Machado, la Residencia y los Quinientos”, fue refundido ocho años después en Las palabras de la tribu (Madrid, Siglo XXI, 1971). Pero la principal noticia sobre Valente es ese Diario anónimo (1959-2000) que se acaba de dar a conocer (ed. de Andrés Sánchez Robayna, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011), en el que queda claro que en aquel 1963 el poeta gallego leía y citaba mucho a Giner (ver pp. 75-76), y donde hay también algunas referencias a Jiménez Fraud, al hilo de la estancia de Max Jacob en la Residencia (p. 40), de una conferencia que está preparando sobre el malagueño en 1981 (p. 211) o de García Lorca (p. 231), mientras que el 12 de noviembre de 1969 ha anotado que “Este verano, creo que en agosto, quizá a comienzos de septiembre, Manolo Jiménez trasladó las cenizas de don Alberto a Madrid, donde reposan junto con las de don Francisco Giner. Nada comunicó de esto Manolo Jiménez. Me entero hoy, de modo casi incidental, por carta de doña Natalia [Cossío]” (p. 139), y el 25 de marzo de 1992 apunta con serena satisfacción su conferencia sobre san Juan de la Cruz en la Residencia (p. 302), así como en octubre se muestra orgulloso de la presentación allí de su libro Material memoria (p. 311).

Además, hay que citar algunos volúmenes colectivos, como Antonio Jiménez Millán y Andrés Soria Olmedo (eds.), Rumor renacentista. El Veintisiete (Málaga, Centro Cultural Generación del 27, 2010), o María Nagore, Leticia Sánchez de Andrés y Elena Torres (eds.), Música y cultura en la Edad de Plata, 1915-1939 (Madrid, ICCMU, 2009), y hay que recordar que se han publicado las voluminosas actas de Los Refugiados españoles y la cultura mexicana. Actas de las jornadas celebradas en España y México para conmemorar el septuagésimo aniversario de La Casa de España en México (1938-2008), editadas por James Valender y Gabriel Rojo (México D.F., El Colegio de México / Residencia de Estudiantes, 2010).

            Entre los muchos ecos que ha recogido la prensa cabe destacar el reportaje de Javier Rodríguez Marcos (“Residencia de talento”, El País Semanal, nº 1.760 –20 de junio de 2010–, pp. 58-65) y las páginas de Luis María Anson (“Centenaria Residencia de Estudiantes”, El Cultural [El Mundo], 1 de octubre de 2010, p. 3), Antonio Lucas (“La ‘Resi’, un siglo de memoria y vanguardia”, El Mundo, 14 de mayo de 2010, p. 54) y Elsa Fernández-Santos (“Cien años en la colina de los chopos”, El País, 3 de octubre de 2010, p. 37). A éstos hay que añadir los comentarios aparecidos al hilo de las exposiciones sobre Le Corbusier. Madrid, 1928. Una casa –un palacio (comisariada por Salvador Guerrero) y Viajeros por el conocimiento (comisariada por Estrella de Diego), así como las reseñas que merecieron sus correspondientes catálogos, a las que se unen, en el caso de Le Corbusier, las recensiones de las actas del ciclo Maestros de la arquitectura moderna en la Residencia de Estudiantes, editadas por Salvador Guerrero, quien escribió además el artículo “Clases magistrales. Le Corbusier en la Residencia de Estudiantes” (Arquitectura Viva, nº 131 (marzo-abril de 2010), pp. 76-78).

            También hay que mencionar el folleto publicado en colaboración con la Generalitat de Catalunya para la exposición 100% Residencia. La Residencia de Estudiantes compleix 100 anys. 1910-2010 (comisariada por José García-Velasco en el Palau Robert de Barcelona), o el titulado Una habitación histórica de la Residencia de Estudiantes, que acompaña a la recreación de un cuarto de época que durante estos años puede visitarse en el pabellón gemelo I. Y merece una mención especial el texto que Juan José Lahuerta escribió para el extraordinario catálogo de la exposición Dalí, Lorca y la Residencia de Estudiantes, organizada por la Fundaciónla Caixa y el Ministerio de Cultura en la sede madrileña de CaixaForum, y que a su vez ha dado lugar a artículos como los de Borja Martínez (“Lorca, Dalí y la Residencia”, en el número 217 –noviembre de 2010– de la revista Leer, pp. 30-33) o el mío (“Dalí i Lorca: nova trobada a Madrid”, en el número 270 –marzo de 2011– de la Revista de Catalunya, pp. 69-75).

            Sobre la Residencia de Señoritas, hay que celebrar las aportaciones de Almudena de la Cueva (“Los foros de difusión del conocimiento en el primer tercio del siglo XX. La Residencia de Señoritas”), Isabel Pérez-Villanueva Tovar (“Una mujer en la Universidad Internacional de Verano de Santander: María de Maeztu”) y Pilar Piñón (“La Universidad Internacional de Verano en Santander a través de sus profesoras y alumnas (1933-1936)”), publicadas todas en las actas del congreso Mujeres con voz. Voces desde el silencio. Una historia necesaria de la UIMP (ed. de Pilar Folguera, Santander, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 2010). También tiene interés, a pesar de su abracadabrante título, el artículo de Inmaculada de la Fuente “Josefina Carabias. Una chica de clase media con aspiraciones intelectuales” (Clarín. Revista de Nueva Literatura, nº 95 (sept.-oct. de 2011), pp. 50-52), y, sobre otra figura muy cercana, su aplaudida biografía El exilio interior. La vida de María Moliner (Madrid, Turner, 2011). Sobre la lexicógrafa aragonesa apareció también el artículo de María Antonia Martín Zorraquino “Vitalidad de María Moliner y vigencia de su obra en el siglo XXI” (Turia, nº 100 (noviembre de 2011-febrero de 2012), pp. 309-329). Y, como visión divulgativa del Lyceum Club Femenino, llegó el libro de José Antonio Marina y María Teresa Rodríguez de Castro La conspiración de las lectoras (Barcelona, Anagrama, 2009).

            Por otra parte, si en 2009 había visto la luz la Visita de Richard Wagner a Burgos, de José Bello Lasierra, con introducción y notas de Andrés Ruiz Tarazona (Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes), meses después se publicó otro texto del añorado ‘Pepín’: Un cuento putrefacto (SD Edicions, Barcelona, 2010, con ilustraciones de Manuel Flores y un epílogo de Juan José Lahuerta), y se estrenó el documental Pepín Bello. Preferiría no hacerlo, de Javier Rioyo, el cual dio a su vez lugar a unas páginas en las que Fernando Rodríguez Lafuente entendía que “Bello supo no ser nada para no ser de nadie, y así conservar, tras la tormenta, la memoria feliz de las cosas y de las gentes” (“Bartleby en la Residencia”, ABC Cultural, 3 de julio de 2010, pp. 34-35). Además, se estrenaron otros dos importantes documentales: Hablaremos de esto dentro de cien años, dirigido por Rafael Zarza con guion de Juan Pérez de Ayala, y Cien años de la Residencia de Estudiantes, de Jorge Martínez Reverte, a los que hay que sumar la pieza Coloquio en la Residencia de Estudiantes, de Manuel Gutiérrez Aragón, creada al hilo de la exposición Dalí, Lorca y la Residencia de Estudiantes. Finalmente, sobre Pepín Bello apareció una desconocidísima anécdota taurina en una columna de José Luis Melero (“Benet, el Peque”, recogida en La vida de los libros, Zaragoza, Xordica, 2009, pp. 128-129), y también acabó en un libro la necrológica que Fernando Valls le había dedicado en su blog (“Pepín Bello, el amigo ágrafo”, en En verde veronés, Sevilla, Isla de Siltolá, 2011, pp. 37-39).

            Se reprodujo, traducida por Tomás Segovia, la conferencia que Blaise Cendrars dio el 10 de junio de 1925 en la Residencia “Sobre la literatura de los negros” (Antología negra, ed. de Jesús Cañete Ochoa, Madrid, Árdora, 2010, pp. 473-495), y un artículo mío recordó algunas de las ocasiones en que la Residencia ha sido recreada en obras de ficción literaria (“En la otra colina. La Residencia de Estudiantes como espacio literario”, Turia, nº 95 (junio-octubre de 2010), pp. 19-30), pero a lo dicho en esas páginas (en las que se destacaba, por reciente y relevante, la novela La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina –Barcelona, Seix Barral, 2009–) se puede sumar desde entonces la no muy buena novela de Javier Pérez Andújar sobre las Misiones Pedagógicas, pues uno de sus personajes es residente (Todo lo que se llevó el diablo, Barcelona, Tusquets, 2010), el poema de evocación de sus años en la “Residencia de Estudiantes” que Joaquín Pérez Azaústre ha incluido en Las Ollerías (Madrid, Visor, 2011, pp. 25-26), algunos de los versos en asturiano que la por entonces becaria Sofía Castañón llevó a Tiempu de render (Oviedo, Trabe, 2010; también se pueden rastrear referencias en su poemario de 2012: La noche así, Madrid, Ya lo dijo Casimiro Parker, 2012) o, especialmente, la habilísima obra de teatro de José Ramón Fernández La colmena científica o El café de Negrín (dirigida por Ernesto Caballero en el teatro María Guerrero entre octubre y noviembre de 2010 y editada en Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2010), que mereció el Premio Nacional de Literatura Dramática, sin olvidar que el crimen que protagoniza la novela Los enamoramientos, de Javier Marías (Madrid, Alfaguara, 2011), sucede junto al Museo de Ciencias Naturales, a muy pocas decenas de metros de la famosa cuesta de la calle Pinar.

            En cuanto a las experiencias de los residentes en el exilio, es importante la carta que Bernardo Giner de los Ríos, como representante de una “Corporación de antiguos alumnos, formada por discípulos y por herederos espirituales de los hombres que fundaron la Institución libre de Enseñanza, la Junta para Ampliación de Estudios, las Residencias de Estudiantes y los Institutos Escuelas”, escribió en octubre de 1965 a José María Valverde para agradecerle su gesto de nobleza al renunciar a su cátedra tras la sanción gubernamental a los profesores José Luis López Aranguren, Agustín García Calvo, Santiago Montero Díaz y Mariano Aguilar Navarro. “No podemos olvidar –dice De los Ríos, estableciendo un paralelismo oportuno, que demuestra de paso lo atentos que estaban a la actualidad española– que hace casi noventa años un grupo de profesores fueron igualmente sancionados, por defender la libertad de cátedra, no sólo con la destitución, sino incluso con la pérdida de libertad alguno de ellos. En la lucha de libertad de pensamiento hay que sumar ahora a aquellos nombres (Salmerón, Costa, Moret, los Giner de los Ríos, Azcárate, Calderón y muchos más) los de estos ilustres catedráticos que, al igual que aquéllos, atropellados por el entonces Ministro Orovio, han sido destituidos por el actual Ministro de Educación, también profesor Lora Tamayo”. La carta se conserva en el Pavelló de la República, en Barcelona, y, junto a otras (de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén o Juan Marichal), ha sido seleccionada y publicada por Jordi Amat en Fons José María Valverde (1942-1996). Fragments d’una biografia intel·lectual (Barcelona, Afers / Centre d’Estudis Històrics Internacionals, 2010, pp. 81-82).

            Las memorias del profesor estadounidense Thomas Mermall, que falleció a finales de septiembre de 2011, han ofrecido un nuevo testimonio sobre la “hibernación” de la Residencia durante el franquismo (Semillas de gracia: memorias de amor, guerra y amistad, Valencia, Pre-Textos / Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, 2011, pp. 515-517). Estas páginas de Mermall han venido a unirse a las de otros intelectuales extranjeros que vivieron en la Residencia o la visitaron en la época histórica y se ocuparon desde muy pronto de ella en sus estudios sobre España: así, Mrs. Steuart Erskine (en Madrid. Past and Present, Edimburgo, 1922), John Brande Trend (en A Picture of Modern Spain: Men and Music, Londres, 1921; y en The Origins of Modern Spain, Cambridge, 1934), Alexis Sluys (en Réformes pédagogiques en Espagne, Bruselas, 1923), Roger Burch Wems (en Un verano en España. A Spanish reader, Boston, 1924), Walter Starkie (Aventuras de un irlandés en España, traducido por Antonio Espina en Madrid, Espasa-Calpe, 1937) o, ya mucho después, V.S. Pritchett (en Midnight Oil, Londres, 1971), entre otros, que seguimos poco a poco descubriendo.

            Finalmente, sobre la época actual de la Residencia hay alusiones y anécdotas en las colaboraciones de Elías Díaz, José Luis Borau, José García-Velasco y Enric Bou para el libro de homenaje Para Mainer de sus amigos y compañeros de viaje (Granada, Comares, 2011), y el coordinador de ese volumen, Jordi Gracia, cita a la Residencia entre los lugares de referencia de la cultura de hoy en España (junto al Círculo de Bellas Artes, la Fundación Juan March y el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona) en esa autodefinida “diatriba en ocasiones sarcástica” que ha titulado El intelectual melancólico. Un panfleto (Barcelona, Anagrama, 2011, p. 97). La Residencia puede mostrarse también muy satisfecha con la edición del libro conmemorativo sobre las Becas del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. Un compromiso con la creación y la investigación (Ayuntamiento de Madrid / Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2010), en el que, tras un prólogo del entonces alcalde Alberto Ruiz Gallardón, casi todos los beneficiarios de esa beca durante esos veinte años cuentan su experiencia, acompañada de alguna muestra del trabajo científico o artístico que desarrollaron durante su estancia en la calle Pinar. Y, de hecho, los resultados de muchas de esas temporadas de paz y dedicación siguen viendo la luz: así, entre otras, las investigaciones de Sandra Santana (El laberinto de la palabra. Karl Kraus en la Viena de fin de siglo, Barcelona, Acantilado, 2010. Premio Ciutat de Barcelona de Ensayo 2011), Manuel Pulido Mendoza (Plutarco de moda. La biografía moderna en España (1900-1950), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2009), Nicolás Sesma Landrin (Antología de la Revista de Estudios Políticos, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009) y Noemí de Haro García (Grabadores contra el franquismo, Madrid, CSIC, 2010), mi selección y análisis de los versos de Luys Santa Marina (En el alba no hay dudas. Antología poética, Granada, Comares, 2009), las magníficas novelas de Elvira Navarro (La ciudad feliz, Barcelona, Mondadori, 2009. XXV Premio Jaén de Novela) y Juan Sebastián Cárdenas (Zumbido, Madrid, 451 Editores, 2010) o los poemas de Andrés Navarro (Un huésped panorámico, Barcelona, DVD, 2010. XXXVI Premio de Poesía Ciudad de Burgos). Por último, la inconcebible muerte de Félix Romeo en octubre de 2011 dio lugar a muchas necrológicas y homenajes en los que se aludía a su único año como becario de la Residencia, durante el curso 1990-1991: así, por ejemplo, en los textos de Antón Castro, Ángel Guinda, Ignacio Martínez de Pisón y Cristina Grande (quien recuerda la Residencia como “una especie de paraíso para cualquier creador”) en Rolde. Revista de Cultura Aragonesa (nº 138-139, diciembre de 2o11), en las reacciones de Antón Castro, Miguel Mena, Julio José Ordovás y Ángeles González-Sinde, recogidas en ¡Viva Félix Romeo! (Barcelona, Mondadori, 2012), volumen no venal que acompaña a Noche de los enamorados, su libro póstumo, y en el precioso repaso del propio Ordovás “Félix Romeo, andando por los aires”, donde nos enteramos de que durante su año en la Residencia “no bajó a desayunar ni un solo día” (Turia, 103 (junio-octubre de 2012), pp. 35-42, esp. 38). Y, finalmente, en otro texto suyo que se ha publicado póstumamente, Félix Romeo cuenta que “Creí ver a William S. Burroughs en una exposición de sus cuadros en la galería Sephira de Madrid, en la calle General Oráa, muy cerca de la Residencia de Estudiantes, donde yo vivía, en diciembre de 1990” (“El hombre invisible y el zoo de los Bowles”, en el volumen colectivo Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales, Madrid, Errata Naturae, 2011, pp. 143-157, esp. 146, reproducido posteriormente por Eva Puyó y Chusé Raúl Usón en la selección de cuentos Todos los besos del mundo, Zaragoza, Xordica, 2012, pp. 107-118 –esp. 108–).

 
[Este artículo es una revisión muy ampliada del publicado bajo el mismo título en el número 85 del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza]

 

viernes, 18 de enero de 2013

Artículos y cartas de Dionisio Ridruejo


DIONISIO RIDRUEJO, EN PÚBLICO Y EN PRIVADO

Cuadernos de Obra Fundamental. Dionisio Ridruejo
 
Dionisio Ridruejo: Cartas íntimas desde el exilio (1962-1964). Madrid, Fundación Santander, 2012. Introducción y selección de Jordi Amat y Jordi Gracia.

 
Dionisio Ridruejo: Ecos de Múnich. Papeles políticos escritos en el exilio. Barcelona, RBA, 2012. Selección y prólogo de Jordi Amat.

 
Basta leer los títulos de estos dos libros para comprender por qué han aparecido con una simultaneidad tan exacta. Tan complementarios son que de hecho bien podrían haber venido en un mismo volumen cuyas dos partes dieran la cara y la cruz de quién era Dionisio Ridruejo hace cincuenta años, a la altura de 1962, en los días inmediatamente posteriores al “contubernio de Múnich”, sumergido todavía en sus consecuencias e ilusiones. La cara pública la mostró con intrepidez y valor, sabiendo bien a lo que se exponía, pues pocos como él habían conocido tan de cerca el entramado y el modus operandi del franquismo; la cruz fue su vida privada, las preocupaciones económicas, ese desasosiego constante por su familia que, durante el tiempo que duró su alejamiento forzoso, arrastraba un macizo lastre de mala conciencia.

Pero si estos dos libros son hermanos es también porque ambos han sido organizados por Jordi Amat, con la ventaja de haber contado en el caso de las Cartas íntimas desde el exilio con la ayuda de Jordi Gracia, que es desde hace ya varios años el promotor de ese “esfuerzo más o menos reciente por repensar su trayectoria [de Ridruejo]” del que habla Amat en su prólogo a Ecos de Múnich. Si éste aportó una necesaria nueva lectura de Casi unas memorias, Gracia ha dejado definitivamente editado Escrito en España, puso orden en un voluminoso e hiperinformativo corpus de cartas (El valor de la disidencia. Epistolario inédito de Dionisio Ridruejo), preparó unos Materiales para una biografía e incluso relató La vida rescatada de Dionisio Ridruejo, al margen de lo que ambos han escrito sobre el conspirador en libros de tema más general (Las voces del diálogo y La resistencia silenciosa o Estado y cultura, respectivamente) y en una frondosa bibliografía de artículos en la que uno ya comienza a extraviarse.

            Ahora Amat razona cuál era el “proyecto vital” de Ridruejo hacia 1962, el espíritu con el que fue a la reunión de Múnich: “dotar a los españoles de una conciencia política que los encaminase a la asunción de una ciudadanía que debía desarrollarse en la Europa de la libertad” (Ecos de Múnich, p. 20). Y así explicó él mismo a su mujer su satisfacción tras las conversaciones: “Me parece –digan ahí [en España] lo que quieran– que lo sucedido en Múnich tiene importancia: ha dado confianza a unos y a otros, ha roto el mito de la incomunicabilidad de los dos mundos (fuera, dentro) y si Dios nos da salud a los que hemos quedado aquí se convertirá en algo muy positivo. De momento, los menos aprovechados del Gobierno estarán satisfechos habiéndonos pasado la culpa de su propia incapacidad para negociar la entrada de España en el M[ercado] C[omún], pero la verdad es que si ellos de verdad quisieran esa entrada hubieran podido aprovechar lo que nosotros habíamos hecho dando a entender a Europa que la democratización de España era posible. Ahora, después de golpear a los que la preconizaban, eso ya no se lo cree nadie, y algún día se hablará de su traición algo más de lo que ahora se habla de la nuestra” (Cartas íntimas desde el exilio, p. 30).

            Éste es uno de los pocos fragmentos de las cartas privadas en que Ridruejo aborda por extenso asuntos políticos. Como explican Gracia y Amat en su presentación, y como comprueba el lector muy pronto, lo que más bien hacía en esa correspondencia doméstica era quitar importancia a sus viajes, justificar con conferencias o intervenciones en congresos lo que en realidad eran movimientos dirigidos al desmantelamiento del franquismo, silenciar reuniones y comunicados, callar detalles potencialmente comprometedores en el caso de que la carta fuese interceptada. Y a lo que en cambio dedicaba largos renglones era a enviar recuerdos para los familiares y amigos, pedir determinadas prendas de ropa, vigilar en lo posible la educación de sus hijos y, sobre todo, contar como despreocupadamente su vida en París (que “es, como tú sabes, una ciudad donde basta con pasear por la calle para estar interesado y contento. Pero es dura como todas las ciudades grandes”: p. 34). Es cierto que también importan mucho sus palabras llenas de seriedad en relación a un anónimo editorial de Arriba en el que se le atacaba salvajemente, y aquí, aparte de la reproducción de esa agresión periodística, podemos leer la impecable respuesta del interesado, así como la insólita carta que dirigió a Carlos Arias Navarro en cuanto se instaló de nuevo en Madrid, para explicarle que había cruzado la frontera sin permiso pero sin  ninguna intención de esconderse ni de que su vida en España fuese clandestina.

            Aun así, no hay duda de que a los interesados en la Historia les resultarán mucho más nutritivos los Ecos, pero los fanáticos de la cotidianeidad subrayaremos más líneas de las Cartas. Por ejemplo su eficaz modo de expresar el cariño, aunque no siempre consigue hacer muy creíble su desolación por la distancia: le pesan mucho, sin duda, las estrecheces de su familia, pero es evidente que disfruta su soledad y, convertido en un muchacho de cincuenta años, aprovecha con una alegría muy íntima su libre albedrío. Un garbeo por Roma, por ejemplo, tiene un efecto extraordinario en su ánimo: “me he sentido vivo como pocas veces, diciéndole ‘sí’ a cada momento y a cada cosa. Es curioso que cuanto más viejo voy haciéndome más positivo me es todo lo de la vida, más me conmueve y me exalta todo, con momentos de una plenitud increíble. Creo que a veces, según paseo, debo parecer tonto, sonriendo a las parejas que se quieren, a los gatos, a los árboles o a los muros de tanta madurez. El presente se me hace completísimo y la nostalgia no hace más que endulzarlo. Es como un estado de enamoramiento por todo pero ya tranquilo, sin impaciencia de más” (p. 61), y su vida en París debía de ser menos agitada de lo que sus maniobras parecerían indicar, pues llega a alcanzar la suficiente paz y la capacidad contemplativa adecuada como para volver a escribir poemas (p. 103).

             “La idea de que tú y los niños estéis libres de incomodidad es la ‘retaguardia’ que necesito para estar contento y llevar todo con calma y decisión”, dice (p. 37), y se mantiene siempre leal al compromiso (“No me siento con derecho a decidir nada sin contar contigo, pues creo que ‘nuestra’ vida no es de cada uno de nosotros sino de los dos juntos”: p. 53), pero también es muy consciente de estar descuidando a los suyos e incluso recibe unas palabras de su suegra con reproches en ese sentido, “una carta censoria y moral con alusiones al evangelio explicándome que me debo a mi familia y que lo otro es pura vanidad. Acaso esté en lo cierto pero es un poco tarde” (p. 94). Así, y aunque “leo y escribo y en conjunto hago la vida de hurón que me gusta” (p. 97), de vez en cuando le sobreviene “una crisis de ánimo de esas de las que más vale no hablar hasta que han pasado. En esas crisis, como sabes muy bien, se junta todo. El cansancio físico y la impresión de estar viejo –que por desgracia no me es frecuente [sic]–, la idea de que cuanto se hace carece de sentido y de que las personas que nos rodean no tienen interés alguno y de que uno mismo es un pobre iluso; la mala conciencia de ser pobre y no saber –ni en el fondo querer– remediarlo; la de que uno fastidia y perjudica a las personas que quiere y en cierto modo la de que se está solo –lo que en momentos de optimismo no es grave– y sin ningún punto de apoyo verdadero: sin ese centro de seguridad que nos afirma y que, si a mano viene, sirve para descansar la debilidad sin mucha vergüenza” (p. 71).

            Estas dos novedades editoriales, por tanto, proponen dos modos muy distintos y complementarios de documentar las andanzas de un mismo personaje en una determinada temporada, y ambos a partir de sus propios textos: unos escritos para su difusión o su utilidad efectiva y otros para no ser publicados jamás, pero todos escritos con esa magnífica y sagaz prosa que caracterizó al de El Burgo de Osma. En unos volcó sus ideas y sus directrices para terminar con la dictadura en España y en otros trató de explicar a su familia que los sinsabores derivados de esa aventura y de esa ausencia merecían la pena. En ellos se muestra, sin contradicciones, como un hombre honesto que no carecía de picardía, como un conspirador infatigable y a la vez ocioso, como un agitador político que leía novelas, veía películas y se daba paseos.

[Reseña publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 751 (enero de 2o13)]

sábado, 24 de noviembre de 2012

'Todos los besos del mundo', de Félix Romeo




UN PROFUNDO AMOR

Félix Romeo
Todos los besos del mundo
Zaragoza, Xordica Editorial, 2012.

Desde que murió Félix Romeo, hace trece meses y medio, no he podido sumergirme en una piscina sin acordarme de él y de cuánto le gustaban, y también le he recordado al sumergirme en un montón de libros que hubiéramos comentado, aunque le encantaba llevarme la contraria y solía reñirme por mis reseñas (algo que también hacía con Julio José Ordovás o incluso en relación a las opiniones de José-Carlos Mainer, lo cual, paradójicamente, subrayaba el respeto que sentía por nuestro modo de leer, en contraste con la condescendencia sin matices que en general aplicaba a otros amigos más cercanos a los que estimaba más en lo personal). Creo, por ejemplo, que, entre los libros que inconcebiblemente no ha podido leer, le hubiese gustado el Diario de invierno de Paul Auster, el segundo volumen del epistolario de Juan Ramón Jiménez, las magníficas Cartas de Saul Bellow traducidas para Alfabia por nuestro querido Daniel Gascón o la recopilación de los poemas de Edward Thomas. También, aunque me echó una bronca homérica por aplaudir con entusiasmo la formidable Némesis, sé que hubiese lamentado el reciente anuncio de silencio definitivo de Philip Roth, cuya Pastoral americana veneraba. Pero más absurdo aún es que no llegase a tener los libros que han publicado en 2012 algunos de sus amigos más admirados y constantes: Las leyes de la frontera de Javier Cercas, Escritores y escrituras de José Luis Melero, Te veo triste y El llanto de los boxeadores de Fernando Sanmartín o esa deliciosa y sencilla bildungsroman que Antón Castro ha titulado Cariñena. Y tanto como le gustaba tocar y manosear los libros (los agarraba con fuerza y los combaba y escudriñaba por todos lados, acercándolos y alejándolos para verlos de diferentes modos, dándoles vueltas como si manipulase el volante de un coche), es simplemente doloroso que nosotros hayamos podido ver, leer y subrayar sus dos últimos libros, y él no. Nadie tendrá jamás un ejemplar dedicado de esos dos títulos, y me parece que eso, misteriosamente, dice algo de su carácter, pues, aunque siempre generoso, cariñoso y presente, era un hombre lleno de silencios interiores, de zonas que no quería compartir, de fantasmas, de espacios en blanco que sin embargo rebosaban significados que sólo él poseía y masticaba.

El último mail que me escribió fue para felicitarnos a mi mujer y a mí por el anuncio de nuestro primer hijo, a quien tampoco, tanto como le gustaban los niños, ha podido conocer. Cuando Bruno cumplió nueve días en este mundo, leí junto a su sueño esa pesadilla ya póstuma que es Noche de los enamorados, que precisamente me trajeron a casa ese oportuno 14 de febrero. Es el libro que Félix había dejado listo para publicar, un reportaje estremecedor y crudo sobre el maltratador a quien había conocido en la cárcel exactamente diecisiete años atrás, el día de los enamorados de 1995. Si sólo publicó tres libros en vida (Dibujos animados, Discothèque y Amarillo), desde su muerte, como adelantaba arriba, ya han aparecido otros dos (aparte de reediciones de sus dos primeras novelas en la colección de bolsillo de Anagrama), y el segundo de ellos, la recopilación de cuentos Todos los besos del mundo, es tal vez el mejor de todos, el que más y mejor retrata y hace justicia a su autor. Organizada por la escritora Eva Puyó y por el editor Chusé Raúl Usón, esta selección de diecisiete narraciones breves de Félix Romeo ofrece una panorámica extraordinaria de su escritura a lo largo de los años, desde sus primeros cuentos, marcados a fuego por las road movies y por la literatura norteamericana, hasta sus últimas prosas, más despojadas de todo, menos “literarias”, más directas, aunque en la última de ellas, el recuerdo de su “Verano del 75” por Castellón, Valencia y el Desierto de las Palmas de Benicàssim que se publicó originalmente en agosto de 2011 en la revista Letras Libres, vuelve a sus temas familiares y de carretera, cerrando un círculo que, trágicamente, será definitivo.

            Antes de eso hay muchos cuentos de desamor, incomunicación y ruptura (como el magistral “Cigarrillos”), violencia activada por el odio a la violencia, kilómetros y vino, ternura llena de rabia por no poder ser más felices y mejores, por no saber vivir más. Como en las dos páginas perfectas que forman “Temblor”, “él siente un profundo amor y una profunda impotencia”.

[Reseña publicada en ABC (ed. Comunidad Valenciana), 24 de noviembre de 2012]

miércoles, 7 de noviembre de 2012

'La Gran Casa', de Nicole Krauss

GRAN CASA, LA


UN SILENCIO ESTRUENDOSO

Nicole Krauss
La Gran Casa

Barcelona, Salamandra, 2012
Traducción de Rita da Costa

Escribir con la convicción de que quien te va a leer es la persona más inteligente del mundo supone un buen punto de partida para cualquier narrador o poeta, y es un recurso que la novelista neoyorquina Nicole Krauss parece haber puesto en práctica en las tres novelas que ha publicado hasta hoy: Man Walks Into a Room (2001 –Llega un hombre y dice, Salamandra, 2009–), The History of Love (2005 –La historia del amor, Salamandra, 2006–) y ahora esta Great House (La Gran Casa). Si su emocionante segundo título ha quedado consagrado con justicia como una de las mejores novelas de la década pasada, esta nueva obra, construida con materiales similares, es todavía un poco más compleja, misteriosa y exigente con el lector. Harán bien en no acercarse hasta La Gran Casa quienes necesitan que se les explique todo, quienes reclaman que las historias se cierren y encajen como un puzle a través de anagnórisis y casualidades, quienes se desconciertan si se les desorienta. Pero quienes disfrutan con la sutileza, con las conexiones internas que no implican necesariamente el solapamiento de las tramas, con la exposición de un puñado de personajes mucho más unidos de lo que finalmente pueda parecer, o simplemente dejándose llevar por una narración hipnótica y una escritura primorosa, encontrarán en esta novela un lugar muy cómodo, aun con rincones trágicos, donde pasar unas cuantas horas.

            Pero que los desenlaces de cada una de las historias sean complicados, por elípticos y a veces bruscos, no hace que estemos exactamente ante una novela difícil. Cada uno de los mimbres argumentales se presenta con claridad y con la ventaja siempre iluminadora de estar escritos con verdadera maestría, de un modo ya difícil de encontrar en la narrativa estrictamente contemporánea, y sobre todo entre los autores de la edad de Krauss, nacida en 1974. La tensión narrativa de La Gran Casa se mantiene en su punto más alto desde el primer párrafo hasta el último, sin decaer ni un instante, sin ninguna página de transición, sin ningún detalle que no contribuya al éxito final de un relato que habla, sí, del pasado, la memoria y la herencia, pero sobre todo de la identidad individual de cada uno de los protagonistas de la narración y, de rebote, de cada uno de quienes lo leemos, de la libertad y la responsabilidad que implica estar vivos.

            Todo eso es lo que representa el monstruoso escritorio que va desplazándose de una subtrama a otra, desde Nueva York a Jerusalén pasando por Londres y tal vez algún rincón de Alemania, aunque también flota el rumor de que podría haber pertenecido a Federico García Lorca (tal vez la única decisión arbitraria del argumento, que, aunque no se confirma ni se desarrolla, resta verosimilitud a la historia del mueble sin aportar magia). Pero, siendo el principal y más espectacular, ése no es el único ni tal vez el más lúcido símbolo de una novela que también aborda con inteligencia y verdadera sensibilidad los temas de la culpa, la maternidad, la vida conyugal, la escritura, la soledad, la inspiración, la enfermedad, el olvido y, claro, el amor y el desamor, la felicidad y el dolor, la vida y la muerte.

            Krauss escribe con una prosa que se puede considerar “clásica” en cuanto a su profundidad, en su aversión por lo leve o lo insignificante, pero con una estructura muy habitual en la narrativa (sea en papel o en imágenes) de hoy, de historias parciales que se van barajando, relatos fragmentarios e incluso incompletos que sólo cuentan lo que el texto general y las intenciones últimas del autor necesitan. En ese sentido, Krauss ha citado alguna vez a W.G. Sebald como referencia determinante, pero en una lista que dio, preguntada por sus libros favoritos (y junto a algunos precedentes ineludibles al hablar de literatura norteamericana judía, como Saul Bellow o Philip Roth), también constan Los detectives salvajes y 2666, de Roberto Bolaño, Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, o incluso Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas. Todos son buenos compañeros de viaje para una escritora que ha sabido satisfacer con brillantez las vertiginosas expectativas que impuso con La historia del amor. Con tal trayectoria, y a sus treinta y ocho años, ilusiona calcular la cantidad de obras maestras que todavía podrá darnos en el futuro.

[Reseña publicada en la edición valenciana de ABC, 27 de octubre de 2o12]

lunes, 5 de noviembre de 2012

'Canciones de Juan Perro', de Santiago Auserón



LO DE SIEMPRE, DE NUEVO

 

Canciones de Juan Perro
Santiago Auserón

Prólogo de Jenaro Talens. Salto de Página. Madrid, 2012. 160 páginas.


Uno no sabe mucho de nada y no sabe nada de muchas cosas, pero, aunque la música y su historia forma parte de la inmensidad de lo que ignora, de vez en cuando se asoma con curiosidad y provecho a ensayos sobre el tema (últimamente Alex Ross, Pascal Quignard, Eugenio Trías o ese ensayo sobre La música de los clásicos que el zaragozano Jorge Bergua Cavero acaba de publicar en Pre-Textos...), ante los que siempre se propone curiosear más, decidirse de una vez a saquear la discoteca de su padre (un melomano que opina que la música se terminó hacia 1880...) y recorrer metódicamente, siglo a siglo, los mejores sonidos obtenidos por la humanidad.

            Por otro lado, asomarme a la música supondría en realidad volver atrás en mi tiempo, pues mucho antes de los libros estuvieron las canciones, y, por ejemplo, el espíritu celebrativo y la inteligencia positiva de las letras de R.E.M., o la melancolía razonada de las de Counting Crows, han sido más importantes para mí que casi cualquier poema.

            Muchas veces la poesía de esas palabras es completamente inseparable de la melodía en que están sumergidas, pero otras veces esas 'lyrics' soportan perfectamente su traslado al papel, y leyéndolas en el negro sobre blanco de los libretos ya se muestran soberbias y convincentes, completas sin necesidad de pulsar el play. En ese sentido, uno de los mejores poetas aragoneses vivos se llama Santiago Auserón, y a las determinantes Canciones de Radio Futura (que Pre-Textos publicó en 1999), se añaden ahora, gracias a la meritoria nueva colección de poesía de Salto de Página, estas Canciones de Juan Perro, y de nuevo con presentación de Jenaro Talens. Tal vez sea por prosaicas cuestiones generacionales, pero en mi opinión éstas son todavía mejores que aquéllas, más sabias y ricas, más conscientes de su profundidad..

            Se ha destacado muy a menudo lo que Auserón, desde su proyecto "La huella sonora", tiene de investigador, de historiador de las raíces de la música popular. Sus canciones no sólo suponen un eslabón que amplía y enriquece ese caudal imparable, sino que se convierten en una revisión erudita de los ritmos y sones de las distintas tradiciones, fundamentalmente hispánicos y latinos, especialmente caribeños, pero también africanos o árabes, todo lo cual, unido a su decisivo protagonismo en la formación del imaginario cultural español de los 80 (Radio Futura fue parte constitutiva de aquellos años, y su repertorio es uno de los que con mayor firmeza y solidez han perdurado) le hizo merecedor en 2011 del Premio Nacional de Músicas Actuales.

            Basta leer el precioso epílogo que Auserón ha escrito para este libro para hacerse cargo de la honda conciencia con la que trabaja, para confirmar que su talento compositor está acompañado de sabiduría teórica, que la intuición instintiva y silvestre del creador no es incompatible con el conocimiento sereno del analista. Pero él sugiere más diferencias de las tal vez necesarias entre canción y poema: aparte de la certeza de que el origen de la poesía es musical, el único condicionamiento a veces indeseado que la música imponía era el de la rima, y en nuestro tiempo cada vez más letristas se atreven con el verso libre (el propio Auserón lo ha hecho, como en la estupenda "La noche de fuego"), y más músicos escriben pentagramas para poemas que jamás imaginaron ser cantados (y en ese sentido es justo destacar el magnífico trabajo del también zaragozano Gabriel Sopeña).

            Con el mismo desenfado con el que hace treinta años Auserón escribió páginas de un idioma urbano que hoy son himnos, con su disfraz trovadoresco de Juan Perro lleva dos décadas explorando y continuando sin complejos una simbología remota. Exigente con quien le escucha (estamos hablando de un poeta sencillo, no de un poeta fácil), logra decir cosas nuevas e incluso insólitas con los pocos materiales de siempre, forjados en comunidades pequeñas y con un entorno de referencias limitado y siempre repetido que, paradójicamente, amplía las posibilidades del poeta no aturdido por la abundancia bulímica de la modernidad. Canciones como "Esta tierra no tiene corazón", "El agua de los ríos", "Cántaro roto" o esa impagable canción de cuna titulada "Duerme zagal" son infinitamente ricas en su sencillez y su aparente ingenuidad. Éstos y otros más sugerentes y menos accesibles, como "Yo te cito", son poemas de amor, temor y muerte que hablan con laboriosa humildad de todo lo que importa, recurriendo a claves tradicionales que no repelen elementos modernos o referencias históricas y que entremezclan sin conflictos humor y seriedad, levedad y circunspección, alegría y misterio. Todo lo que conforma la corriente principal del río infinito de la poesía.

 
[Reseña publicada en Clarín, nº 100 -marzo-abril 2012-]

lunes, 1 de octubre de 2012

'El cristal Spinoza', de Juan Arnau




MENDICIDAD Y JÚBILO


Juan Marqués
 
Juan Arnau
El cristal Spinoza

Valencia, Pre-Textos, 2012

 
Hacía mucho tiempo que no leía tantas veces en un libro la palabra “alegría”, pero es natural que aparezca por todas partes en una confortable novela que pretende sintetizar la filosofía, tan consoladora y vitalista, de Baruj Spinoza. ¿Novela? Narrativa, en cualquier caso, y también esbozo de biografía, aunque esta nueva obra del profesor valenciano Juan Arnau tiene también algo de ensayo (por el contenido, a menudo tomado directamente de las obras del filósofo holandés), de teatro (por los diálogos y las acotaciones) e incluso de poesía (ya que, como ha de hacer ella, dedica casi todas sus páginas a recordar cosas fundamentalmente importantes).

Arnau se sirve con habilidad de un personaje escurridizo y algo fantasmagórico, Jan van der Spyck, que va saltando a través de los siglos como heredero y custodio de la sabiduría de quien fue su amigo en La Haya, y es él quien nos la va ofreciendo a los lectores en forma de capítulos breves que traen estampas paisajísticas, apuntes históricos y sociológicos o, sobre todo, la reproducción de conversaciones sobre distintos aspectos que siempre concluyen con la expresión de una serena satisfacción ante la existencia, sea cual sea la miseria o la injusticia que la envuelva.

            Los grandes obstáculos de la vida de Spinoza fueron la intransigencia religiosa, a la que se enfrentó con tranquilidad resignada, aceptando sin escándalo su expulsión de la comunidad judía y asistiendo en silencio a la condena o censura de algunas de sus obras (algo que tampoco consiguió hacerle sufrir demasiado: “prefiero no ser leído a ser malentendido”: p. 204, aparte de que “el pensamiento no habrá de ocuparse de los errores de los demás”: p. 95), y la pobreza material, que sí pudo haber evitado, pues fueron muchos quienes, sin él solicitarlo, le ofrecieron trabajos, cátedras y subvenciones que no aceptó o cuya retribución él mismo redujo a lo mínimo para subsistir. La voluntaria y concentrada reclusión del filósofo fue la de alguien que previene contra “la más peligrosa de las pasiones, la inacción, la única pasión que carece de objeto” (p. 42): el filósofo sólo viajó por obligación y tras sobresaltos (“no sabes lo divertido que es huir a tiempo”: p. 140), pero apostaba por un sedentarismo consciente y hacendoso: “para que la imaginación viaje, el cuerpo no ha de hacerlo” (p. 48). De hecho, no se trata sólo de permanecer siempre en el mismo lugar, con perseverancia y atención creciente, sino de quedarse por aquí incluso después del final: “La vida sólo revive en la vida. Los cuerpos se van, se van de muchos modos, pero también se quedan, se quedan de muchos modos, en otros cuerpos. Para seguir en el mundo cuando el cuerpo no está, para seguir presente lo ausente, el espíritu ha de albergarse en lo vivo, y desde allí emanar dulzura, comprensión, fuerza” (p. 15)

Es cierto que “no es fácil establecerse en la alegría agradecida de la vida cuando ésta es desdichada” (p. 237), pero “el sabio piensa en la vida y no en la muerte, no espera recompensa alguna de sus actos, ni aquí ni en el más allá, se esfuerza por obrar bien, no presta atención al mal y, sobre todo, se esfuerza por estar alegre” (p. 220), y para ello hay que ser laborioso y tenaz, dado que “la alegría es la marca del buen esfuerzo” (p. 96). El impulso positivo y jovial de la filosofía de Spinoza llega al extremo, estoico y marcoaureliano, de afirmar que “El mal no existe; lo pone la falta de vista, de perspectiva (p. 140)”, y esa estrechez de miras de los pesimistas y los temerosos contrasta con una “amistad con el mundo” que es definitivamente luminosa: “El poder de una persona descansa en la cantidad de verdad que es capaz de soportar sin que esa carga lo arroje a la desesperación, sino que, al contrario, lo anime a caminar hacia un horizonte de alegría. La vida misma, con su empuje sanguíneo y su poder afectivo, se da así sentido a sí misma, se moldea y abre perspectivas donde crecer y ser más libres” (p. 149).

[Reseña publicada en la edición de la Comunidad Valenciana de ABC, 29 de septiembre de 2o12]

domingo, 30 de septiembre de 2012

'Arquitectura yo', de Josep M. Rodríguez

 
 


  
TENEMOS MIEDO PORQUE ESTAMOS VIVOS


Josep M. Rodríguez
Arquitectura yo

Madrid, Visor, 2o12
 

En su reciente biografía de Pío Baroja, José-Carlos Mainer ha sabido enseñarnos que, por muy huidizo o celoso de su intimidad que sea un escritor, escribir es irremediablamente una forma de vivir públicamente, de contarse y explicarse continuamente ante los ojos de los demás. Si esto es verdad, lo es de un modo muy particular en lo que respecta a la poesía, y muy especialmente en el caso de los poetas de la estirpe de Josep M. Rodríguez (Súria, 1976), quienes, para decirlo de una manera algo simple, van dejando con sus versos huellas que a su modo van relatando el camino de una vida, los hitos del trayecto, con sus altibajos, obstáculos y compañeros de viaje, recuperando recuerdos y permitiéndose prolepsis. Más que un diario íntimo, la reconstrucción simbólica de un cuerpo, una mirada y un tiempo únicos pero reconocibles, compartibles, especulares.
     Creo que así hay que entender el título de su último libro, Arquitectura yo, un edificio complejo y sencillo construido en buena medida a base de preguntas: he contado hasta veintidós directas en sus treinta y siete poemas ("¿Acaso la belleza sea como una pluma, / quiero decir, / que pertenezca a algo / hasta que se desprende?", "¿Hasta dónde nos cambian las certezas?", "¿Cuál de vosotros / árboles / será sacrificado / para que no esté yo solo bajo la tierra dura?"...), aparte de otras tantas indirectas ("Me pregunto qué pensarás de mí"...), de modo que si en otros libros de Josep M. Rodríguez (como en el anterior, el ya magistral Raíz) lo que abundaba eran las sentencias, a menudo en forma de rotundo aforismo, pocos años después se ha dado el paso adelante que supone pasar de la afirmación a la interrogación, de la revelación a la duda, de la seguridad a la incertidumbre. Es un proceso paralelo al de la difuminación de la propia identidad ("Deja de preocuparte por quién eres", "¿Desde cuándo ha dejado de importarme / lo que sucede en mí?"), que no se contradice con el ahondamiento en la propia personalidad y la creciente convicción acerca de la universalidad de los propios sentimientos, por privados que sean. La negación del yo es un proceso de ida y vuelta: "Repetir un paisaje / es insistir en mí". La renuncia a uno mismo pasa por el autoconocimiento más exhaustivo: "Mi forma de buscarme en cada verso // me lleva hasta la casa de mis padres". En este sentido, el poema titulado "Yo, o mi idea de yo" es muy revelador, y termina con la imagen sublime y cruel de "un niño que nace / en un barco que se hunde". También por eso es este poemario "obra ya de madurez", como afirma Eloy Sánchez Rosillo en la nota de contracubierta, aunque lo cierto es que estamos hablando de un poeta que ha mostrado una firme y bien dirigida consciencia poética desde sus primerísimos balbuceos en Las deudas del viajero (1998).
         Por otro lado, si en anteriores libros del poeta catalán predominaba una actitud dichosamente celebrativa, agradecida, presentista..., en estos nuevos poemas, aunque la conclusión suele ser positiva, hay mayor presencia de lo sombrío. El primer poema es un buen ejemplo de texto que arranca de un modo amargo ("De tan negra / y profunda / la tristeza parece un pozo de petróleo. // ¿Se formará también de aquello que está muerto?") pero se reconvierte enseguida en un himno optimista que no da la espalda al sufrimiento, sino que lo incorpora transformado en punto de partida de algo esperanzador. Muchos poemas después se dice más claramente: "el dolor te recuerda / que aún sigues con vida", y algo antes, en un apunte japonés, se ha dejado escrito que "la hierba / sigue / viva / debajo de la nieve". Pero en general el tedio, la soledad, la enfermedad y la muerte comienzan a ocupar un espacio notable. "Primera visita al zoo", uno de los mejores poemas de Arquitectura yo, es una suerte de fábula (con búho educando con amor a un escarabajo preadolescente y apesadumbrado) en la que se concluye que "crecer / es ir al zoo / y sólo ver barrotes". No es el único poema en el que se revisita el pasado para extraer una lección amarga: en el regreso a una casa abandonada se aprende que "hasta las flores tienen sombra", y los dos últimos poemas son explícitamente fúnebres, aunque parece que de ese cuerpo inerte con el que se cierra el libro ha huido y sobrevivido algo esperanzador: "¿Alguna vez pensaste que tu cuerpo / es sólo la envoltura / del gusano de seda de la muerte? // Su crisálida deja tras de sí, / tumbado en la camilla, // un cadáver / abierto". Son versos que recuerdan a aquel aforismo de Juan Ramón Jiménez: "Yo me he vaciado en mi obra. ¿Morir, entonces, yo? A la muerte sólo irá mi cáscara".
         Si en anteriores libros del autor el desamor era un tema protagonista, en éste apenas es aludido en cinco o seis poemas (todos en la segunda sección) para dar paso, como hemos visto, a preocupaciones menos mundanas. Pero también hay un monólogo de una mujer oculta tras un burka ("Dentro"), algún viaje (como el de la preciosa "Postal de otoño") y una escapada al tiempo de la guerra civil ("Aurora boreal, 1938") en la que un fenómeno atmosférico arroja literalmente luz sobre aquellos años de violencia. De lo que ha prescindido casi totalmente en esta entrega es de esas "variaciones" que en otros poemarios recreaban hallazgos o temas de otros poetas (aquí sólo hay dos tributos a Ezra Pound y a William Butler Yeats), y también hay menos abundancia de citas, homenajes y referencias culturales dentro de los versos: otro paso para desnudar aún más las estrofas y nombrar en ellas sólo lo esencial, lo cual contrasta con el frecuente recurso a los exergos (tanto para introducir secciones como para encabezar poemas) y con la generosidad en la página de agradecimientos y dedicatorias.
     Todo poema, obviamente, ha de ser una aventura del lenguaje, pero no sólo de palabras vive el poeta. Si así fuese, se podría crear un programa informático que escribiera poemas excelentes (y, de hecho, no pocos libros de los últimos años parecen escritos con esa técnica). Sin sorpresa, inteligencia y emoción, no hay poema, y esos tres ingredientes básicos, junto a muchas otras virtudes, están en todos los textos de Josep M. Rodríguez, que no deberían tardar en verse reunidos en un solo volumen (o bien antologados, pues una selección de treinta o cuarenta poemas suyos especialmente perfectos constituiría uno de los mejores libros de poesía de los últimos años).
    "No estás aquí sólo como testigo", afirma el poeta para rematar otro poema. Para sus lectores, es una suerte que lo descubriese y que, libro tras libro, no afine sólo su mirada sino también su voz, no sólo su sensibilidad sino también su expresión, no sólo su yo sino también su nosotros.

[Reseña publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 747 (septiembre de 2o12), pp. 149-152.]