
Hablamos de la mañana
ancha temiendo que conociesen
nuestro secreto, que nos pasasen
coches por encima al descubrir
-ellos, que siempre van con prisa-
que tenemos alquitrán en el pecho,
que padecemos la gripe de los siameses
o alguna otra alergia tan mortal
como perder un órgano o un hueso hermano.
La mañana ancha,
el sol que parecía inofensivo,
nosotros tan vivos
y con tanto miedo.
(Inédito)
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