lunes, 19 de diciembre de 2011

'Derrota y restitución de la modernidad', de J. Gracia y D. Ródenas



LO QUE NUNCA SE ACABA

Jordi Gracia y Domingo Ródenas, Historia de la literatura española. 7. Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010, Barcelona, Crítica, 2011.

La literatura no sólo crece y se amplifica naturalmente día a día, sino que va complicándose, liberándose y haciéndose más escurridiza y amorfa, más silvestre y proteica, menos obediente. Muchos libros de hoy llegan con la voluntad, a menudo explícita, de dificultarnos su colocación en las secciones de las librerías o en los estantes de nuestras bibliotecas, y ése es un fenómeno insolente y feliz, aunque no siempre admirable, porque siempre será mejor una novela de corte clásico bien pensada y escrita que una hueca gilipollez, por rupturista e “intergenérica” que pueda pretenderse. Y es que la novela, sí, es la opción literaria más tradicionalmente capaz de transgredir la tradición, la más libre e ilimitada. Si un martes un crítico obtiene una definición “definitiva” de lo que es y puede llegar a ser una novela y de cuáles son sus normas y confines, el miércoles un novelista ilustrará con una nueva obra que esa acotación era insuficiente, lo cual es consolador, porque demuestra que la literatura estará siempre por encima de la filología, y que ésta está al servicio de aquélla, y jamás al revés, como parece que querrían algunos profesores.
Paradójicamente, “novela” o “poesía” son conceptos mucho más difíciles de definir que “literatura”, que las incluye. Ahora José-Carlos Mainer, en su “Prólogo general” a la Historia de la literatura española que está coordinando para la editorial Crítica, ha lanzado una nueva definición, cautelosa pero precisa y convincente: “la literatura, a fin de cuentas, es un conjunto de textos particularmente intencionados acerca de la vida, que nacieron con la pretensión de dejar huella perdurable”. La concisión de esas palabras (que en el tomo reseñado se pueden leer en la pág. VIII) no les impide ser exactas en cuanto a las ambiciones de lo literario, ni evitan la necesaria palabra “vida”, de mala prensa en otros ámbitos críticos más mecanizados, robotizados y, claro, menos vivos y refrescantes.
Hizo bien Mainer en encargar a Jordi Gracia y Domingo Ródenas de Moya el séptimo tomo de este proyecto, pues, si son habitualmente magistrales al escribir cada uno sus cosas, lo que suscriben juntos resulta siempre brillante, y cada vez más. Se admiran mutuamente, y eso ayuda. Pero además se compenetran perfectamente y consiguen un estilo fluido, seguro y práctico que es fruto del apetito con que leen y las ganas con que escriben. Además, la capacidad de síntesis es una de las principales virtudes de un libro que tiene muchas otras: 974 páginas de letra pequeña (menor, de hecho, que la de otros tomos de la serie), caja amplia y estrecho interlineado son en realidad muy pocas para dar cuenta de todo lo que ha sucedido en la literatura española en un periodo tan dilatado y complejo como 1939-2010, y sobre todo cuando no se limitan a nombrar y dar listas, sino cuando hay una voluntad de explicación y argumentación que resulta exitosa, por suficiente, y que maneja, comprime y mastica una cantidad abrumadora de bibliografía general y específica (que no se cita en el cuerpo del texto ni en notas sino, muy espigada, en apéndice final). Es, pues, más que lo que se entiende por “manual”, un relato perfectamente articulado y nada superficial que no sólo abarca sino que aprieta mucho cuando es necesario. E incluso, hasta donde era espacialmente posible, hay equilibrio y sentido de la proporción al abordar la obra de los distintos autores según su relevancia, aunque en general los autores más recientes gozan de unos privilegios que no tienen autores superiores a ellos pero muertos y arrinconados desde hace décadas. Ése es uno de los peligros más espinosos y difíciles de esquivar al enfrentarse a la literatura de ahora mismo: allí está palpitando, sí, la famosa falta de perspectiva, pero también la voluntad de complacer a los escritores vivos, tan atentos siempre a sus comentaristas. Pero Gracia y Ródenas saben que la historia de la literatura es la historia de los textos literarios, no la de los escritores, y que importa estudiar y tratar de entender todo lo que se escriba, se publique y circule, que todo es relevante y sintomático, aunque no deje de ser una lástima que una narración tan apasionante y sabrosa como la que ellos hacen de esos años haya de terminar atendiendo a ese estéril y analfabeto chapapote textual del “afterpop” o la “pospoesía”.
Es otro aspecto que tal vez merezca destacarse: en general, y no creo que sea debido a mis intereses y gustos particulares, este libro es no sólo más convincente sino más fascinante cuanto más se remonta en el tiempo: tanto Gracia como, sobre todo, Ródenas nos han enseñado también muchas cosas sobre la “Edad de Plata” (concepto que aquí utilizan a conciencia, ya sin necesidad de explicación, así que definitivamente parece que ese marbete se queda entre nosotros), pero aquí, en un primer bloque panorámico titulado “Historia y sistema literario”, comienzan en la luctuosa primavera de 1939, desde la primera literatura de la derrota (amedrentada), la victoria (decepcionante) y el exilio (libre y sobresaliente), pasando por las diferentes promociones del interior, repasando géneros, movimientos, editoriales y revistas a través de las décadas (con la formación de una creciente y “paradójica literatura democrática sin democracia”) hasta llegar por fin a la democracia y saltar a la “posmodernidad”. Según explican los autores en la página 11, este repaso (que desplaza las págs. 15-297) es principalmente obra de Gracia (que amplía en cierto modo lo dicho ya en sus libros A la intemperie, La resistencia silenciosa y Estado y cultura), mientras que Ródenas se responsabiliza de las dos primeras partes del segundo bloque, que vuelve atrás con la intención de ilustrar todo lo dicho con juicios detallados sobre algunos “Autores y obras” especialmente significativas. Es entonces cuando se produce esa justa proporción de la que hablaba arriba, pues comienzan con el determinante (también desde el exilio) Juan Ramón Jiménez (que en la pág. 125 había quedado calificado por fin como el “mayor poeta del siglo XX”) y van atendiendo autores y títulos principales hasta llegar a 1975, tras la cual, ya completamente a cuatro manos, rinden demasiadas cuentas a la actualidad, y es ahí cuando se produce alguna asimetría, de modo que algunos narradores a los que nadie leerá dentro de veinte o treinta años se ven casi más glosados, por ejemplo, que Josep Pla, seguramente el mejor prosista español de ese periodo (y no sólo por su obra en catalán, que sería objeto de estudio de otra historia, de otro sistema).
Entre todo, y descendiendo a detalles, también he subrayado en mi ejemplar el moderado pitorreo con el que despachan ciertas vetas de la literatura new age de los primeros setenta (pp. 196-197) o que por fin alguien pueda proclamar “perfectamente razonable preferir a Carpentier, Rulfo, Monterroso o a Vargas Llosa” sobre Cela o Delibes (p. 6), quienes por otra parte no salen después nada mal parados de un libro que no se ensaña contra ningún escritor, y en donde se diría que el mayor correctivo que merecen algunos nombres es, sin más, el de ser omitidos (pero nadie está clamorosamente ausente). Además, uno podría preguntarse maliciosamente si es que Gracia y Ródenas están siempre de acuerdo, y existiría también la tentación de pensar que la lectura de este tomo casi sustituye no sólo la de la bibliografía exegética anterior, sino la de buena parte de las propias obras literarias comentadas, pero lo cierto es que ningún texto sustituirá nunca a otro, por bien resumido o diseccionado o evaluado que esté. Así que, aunque lo hagan tan bien, Gracia y Ródenas no están leyendo por todos nosotros sino que nos ofrecen la mejor síntesis general que conozco de la literatura española posterior a la guerra civil, un libro difícilmente superable, y nos demuestran que se necesitan varias vidas para leer todo lo que merece ser leído, algo que produce a la vez desasosiego, porque no habrá forma de ser exhaustivo, y alivio, porque nunca estaremos solos.

(Reseña publicada en Turia, nº 100 (noviembre de 2o11), pp. 417-420.)