viernes, 6 de julio de 2012

La vuelta a Europa en avión, de Manuel Chaves Nogales





EL HOMBRE DEL TIEMPO


La vuelta a Europa en avión (Un pequeño burgués en la Rusia roja)
Barcelona, Libros del Asteroide, 2012.


Parece imposible comentar un libro de Manuel Chaves Nogales sin caer en la tentación de citarlo por extenso y, entre todos los que publicó, La vuelta a Europa en avión. (Un pequeño burgués en la Rusia roja) es tal vez el que con mayor claridad se muestra más susceptible de ser resumido que reseñado.

            Es también uno de los más lúcidos y sólidos títulos de ese extraordinario periodista que fue Chaves, y en él está todo lo que a día de hoy tanto nos impresiona de él: aparte de la calidad literaria, que aquí alcanza lo magnífico, está su extrema perspicacia a la hora de interpretar su presente, su a veces pasmosa capacidad profética, esa tenaz e infatigable curiosidad que lo llevó a escrutar todos los rincones de su tiempo o su firme compromiso con la democracia y las libertades, que le ayudó a discernir con sensatez e inteligencia lo que casi nadie supo o pudo o quiso distinguir en aquellos años. Y el rótulo del volumen (que Libros del Asteroide acaba de recuperar para los lectores de hoy) es exacto: se trata de un paseo por la Europa de 1928 en sucesivas avionetas (el recorrido le lleva desde España hasta Rusia sobrevolando Francia, Suiza y Alemania, y volviendo por Checoslovaquia, Austria e Italia), pero es la estancia en el Estado de los Soviets la que ocupa más de dos tercios de las páginas.

            El libro comienza con ilusión infantil, con un espíritu emprendedor y aventurero ante un panorama adánico en el que el mundo, visto desde las alturas, está por estrenar: “este gran queso que es el planeta está apenas empezado”. Se comprende enseguida que “la aviación ha empequeñecido el mundo. Terminará por transformar radicalmente el sentido que de él teníamos”, y que, al acceder a la modernidad, “era necesario saltar de uno a otro continente con la misma sencillez con que se pasa de una habitación a otra dentro de casa”.

            “Andar y contar es mi oficio”, había dejado dicho en el “Prospecto” que abre el libro, y a ello se entrega. Comienza observando que “Francia tiene miedo del formidable resurgir de Alemania. Advierte que su enemiga secular se levanta cada día más prepotente y se aferra a la dolorosa convicción de una futura guerra”, y días después, ya en Alemania, asiste al éxito de Berlín, sinfonía de una gran ciudad, que anima a Chaves a protestar contra el maquinismo y la robotización de la vida: “Se necesita ser tan idiota como Marinetti para rendirse así a una cosa inferior” (del mismo modo que páginas más tarde y en otro imperio observará con fastidio que “el culto a la industria, el fetichismo de la máquina es una de las características del sovietismo”). Pero Chaves Nogales, por inteligente y adelantado que fuese, no podía carecer de todos los prejuicios habituales de su tiempo, y, aunque entiende que “la interpretación de la moral es una simple cuestión de latitud”, se escandaliza con la permisividad que esa ciudad ofrece a los homosexuales (“He quedado sorprendido repasando varias publicaciones homosexuales de las que están llenos los quioscos, en las cuales se defiende con argumentaciones de carácter científico y hasta religioso esta aberración”), al tiempo que da un testimonio de primera mano sobre el desatado Berlín de entreguerras: “Lo más sorprendente de la guerra europea es que, en apariencia, ha sido olvidada por completo. […] Al día siguiente de terminar la guerra, la gente se puso a trabajar y a divertirse como si no hubiese pasado nada. […] No se quiere nada con aquello. A trabajar y a obtener con el producto del trabajo el mayor bienestar posible; pero sin preocupaciones. Trabajar y gozar” (pero ésta no era una actitud exclusiva de los alemanes: en "Recuerdos de la era del jazz" –que acaba de conocer dos nuevas ediciones españolas en Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos, en Zut, y en El Crack-Up, en Capitán Swing–, Francis Scott Fitzgerald dice que en aquellos años "para muchos ingleses la guerra todavía sigue porque todas las fuerzas que los amenazan aún permanecen activas… Por lo tanto, comamos, bebamos y divirtámo­nos, porque mañana moriremos"...).

            A Chaves sólo le interesa lo verdadero, lo real, pero a menudo lo sabe expresar con un humor lleno de poesía, y de hecho se permite alguna greguería (“La Tierra […] es demasiado vieja para ser nuestra madre”) o alguna ‘barojada’ inexplicable (“No hay nada más estúpido que un lago”…). A cambio de esos arranques, lo que salta a cada paso al lector es el buen juicio: “Cada vez soy más fervoroso partidario de la compenetración. Creo que todo lo que se hace en el mundo es producto de fusiones de ideas, sentimientos o fuerzas. Lo peor del mundo es el aislamiento, las fronteras, el ignorarse los unos a los otros, el negarse”.

            Así se lanza a lo que él califica de “reportaje sobre Rusia”, dejando claro, como declaración de intenciones, que “no escribo para especialistas documentados, sino para el gran público”. Y lo que va descubriendo le produce impresiones contradictorias que transmite en su crónica de modo a veces desconcertante, casi confuso, algo que alcanza incluso a su diagnóstico final, como enseguida veremos, y que no le impide empezar destapándose con una pulla, que todavía tendría vigencia entre nosotros, contra “estos tipos de intelectuales, artistoides, platónicos amantes de la humanidad que en Occidente sienten veleidades comunistas [pero que] se horrorizarían si vieran de cerca lo que es la vida comunista. Y no lo digo en daño del comunismo, sino de ellos”. Otro andaluz agudo, José Moreno Villa, constataba en Vida en claro que en esos mismos años, exactamente a la altura de 1927, “en los Estados Unidos pensaban así [con poco meditadas simpatías comunistas], por moda, muchos que tenían grandes cuentas corrientes en los bancos”.

En Rusia, a ojos de Chaves, sucede que, por un lado:


1. “Apenas se pone el pie en Moscú, se tiene súbitamente, de una vez, la sensación de que aquello ha sido arrasado por la revolución. Se ve enseguida que el bolchevismo ha arrancado de cuajo todo lo anterior, no ya  las instituciones de gobierno, sino las raíces más hondas de la vida privada rusa, los fundamentos de la familia, los estímulos personales, todo.”


2. “Hoy, a pesar de la dictadura del proletariado, el obrero de la fábrica vive peor en Moscú que en Berlín, Londres o Nueva York.”


            3. Es un estado policial y vigilado hasta lo irrespirable: “He tenido ocasión de comprobar la omnipresencia de los agentes de la G.P.U. Lo ven todo y lo saben todo. Piénsese que no sólo sus directores sino muchos de sus agentes han sido cocineros antes de frailes, es decir, que han estado muchos años burlando a la Policía del zar o cayendo en sus garras. Son, indudablemente, la gente que estaba mejor preparada para organizar una Policía política. Imagínese lo que sería la Guardia Civil española si estuviese algún día en manos de los gitanos”.


            4. Son denunciables los abusivos e hipócritas privilegios de los miembros del Partido: “Ser comunista en Rusia es pertenecer a una clase aristocrática. Los comunistas han formado desde luego una especie de aristocracia que es la que rige hoy los destinos de Rusia. El acceso a esta clase es tan difícil como el acceso a cualquier aristocracia. No es comunista todo el que quiere”.


            Y, sin embargo,


            1. “Yo, que no soy comunista, quisiera saber qué fuerza ideológica hay actualmente en el mundo capaz de provocar un heroísmo semejante.”


2. “Lo primero que se advierte es que ha sido suprimida toda superfluidad. La gente tiene necesidad de comer, dormir y reunirse, y a estas necesidades se atiende, pero sucintamente. […] he encontrado gente que se consideraba infeliz por esta determinación de lo necesario que hace el comunismo.”


            3. Los esfuerzos pedagógicos son dignos de alabanza: “Los excesos del comunismo, por muy terribles que a la gente burguesa le parezcan, tendrán siempre un fondo civilizador, una estimación de la humanidad que los hacen deseables cuando se ve de cerca la vida bestial de estos montañeses rusos. Aunque no se considere que el comunismo representa un tipo superior de civilización; aunque el ciudadano de Londres, París o Berlín tenga derecho a estimarlo como una regresión, como un salto atrás en el progreso, siempre habrá que agradecerle por lo menos la misión civilizadora que heroicamente está ejerciendo en contra de la barbarie campesina en Rusia. Esto nunca lo había intentado el zar”.


            Así que, ordenando sus conclusiones al salir del país:


1. “Yo me atrevo a creer que la postura del hombre auténticamente civilizado no es la de ser comunista o anticomunista, sino la de estar atento al desenvolvimiento de los hechos, pesando y sopesando las responsabilidades de cada uno de los factores que han intervenido en la terrible experiencia que se está haciendo en la carne viva de un pueblo de ciento cuarenta millones de habitantes, sin desechar la posibilidad del alumbramiento de una nueva humanidad, pero sin perder de vista al mismo tiempo que puede haberse errado la senda.”


            2. “En la Rusia bolchevique no hay más que la tiranía de una clase social sobre las otras, y, dominándolo todo, los instrumentos de esta tiranía: el Ejército Rojo y la Policía política, la G.P.U.”


            3. “Aun reconociendo que los procedimientos de represión empleados por la Dictadura del Proletariado son idénticos –más feroces si cabe– que los de todas las dictaduras, me repugna equiparar el Gobierno soviético a cualquier Gobierno dictatorial de los países burgueses. Hay una diferencia sustancial que olvidan los demócratas de pura sangre, muy aferrados a la idea de esta absoluta identidad entre las dictaduras: la motivación”


4. “La verdad es que, apenas he salido de Rusia y he puesto el pie en una ciudad alemana, he tenido una clara sensación de alivio; he sentido que se me ensanchaban los pulmones y que respiraba otra vez con plena libertad.”


         Ya se ve que Chaves, aunque acierta a preguntarse sin necesidad de responderse si “¿El amor hacia el pueblo debe llevar hasta el extremo de sacrificarlo?”, no acaba de mostrarse muy decidido en su sentencia, hasta el punto de que tanto titubeo le lleva incluso a lanzar razonamientos que, aparte de incoherentes con lo dicho antes, pueden parecer impropios de su clarividencia: “No; pensar que la revolución comunista, porque no haya podido mantener sus conquistas y porque haya tenido que emplear procedimientos de represión verdaderamente inhumanos, pueda ser liquidada con un borrón y cuenta nueva y pasar a la Historia como un movimiento de regresión a la barbarie, es una insensatez que no puede caber en ninguna cabeza medianamente organizada”. Así pues, pros y contras entremezclados, pero donde el instinto de Chaves, aun sin atreverse a una condena contundente y definitiva, le lleva a torcer el gesto ante lo que ha visto y a preferir sin vacilaciones lo que recupera al verse de nuevo al oeste del país ruso.

            Eso sí, lo que ha observado en Rusia es tan serio, tan monolítico y tan agobiantemente organizado (en un territorio que se habría creído ingobernable) que Chaves (que aún publicaría otros tres libros sobre Rusia: La bolchevique enamorada. (El amor en la Rusia roja), Lo que ha quedado del imperio de los zares y El maestro Juan Martínez que estaba allí) sí se atreve a lanzar una afirmación con absoluta seguridad, en forma de predicción que, por una vez, falló: “En Rusia, esto no hace falta ser profeta para asegurarlo, no habrá ya nunca una restauración monárquica, ni cabe soñar en la sustitución del socialismo imperante por ningún régimen liberal o democrático a la manera occidental”, o, más adelante y todavía con más convicción, que “diez años de régimen comunista han creado en Rusia un sentido comunista de la existencia que imposibilita toda vuelta al régimen burgués. Ya no es posible”.


[Reseña publicada en Juan Bonilla y Juan Marqués (coords.), Chaves Nogales, Sevilla, Ediciones de La Isla de Siltolá, 2012.]

martes, 3 de julio de 2012

Memoria, de José Moreno Villa



MEMORIA COLECTIVA DE UN SOLITARIO

José Moreno Villa, Memoria, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes / El Colegio de México, 2011

 
Las dos instituciones que más importaron en la vida de José Moreno Villa fueron la Residencia de Estudiantes (en la que el pintor y escritor malagueño vivió entre 1917 y 1936) y El Colegio de México (en cuya fundación participó en 1940 y a la que estuvo diariamente vinculado hasta su muerte en 1955). Han pasado las décadas y esas dos instituciones, felizmente activas, se aliaron en 1988 para emprender la publicación de las obras completas de quien tanto hizo por ellas, en justo pago por la confianza que, cada una en su tiempo y a su modo, habían depositado en él. Aquel año, hace catorce, apareció el tomo dedicado a las Poesías completas, y ahora, de nuevo bajo la responsabilidad de Juan Pérez de Ayala y en un volumen que es, en lo material y tipográfico, verdaderamente digno de todos los aplausos y premios, aparece la recopilación de los textos memorialísticos de Moreno Villa.

Algunos son bien conocidos, como Vida en claro. Autobiografía, publicado por primera vez en Méjico en 1944. Pérez de Ayala se deja llevar por el entusiasmo al creer que ese libro “puede considerarse como el libro más hermoso escrito en lengua española sobre la memoria de un individuo y su mundo” (p. 19), pero lo cierto es que es un libro sentido, hondo y muy bien escrito que, por encima de constituir uno de los mejores testimonios sobre su época, desde la luminosa Málaga de su infancia hasta la agitada vida cultural madrileña de los años anteriores a la guerra civil, el privilegiado traslado de intelectuales a Valencia en 1937 y, finalmente, el exilio en Méjico, tras un breve paso por París y Estados Unidos, dibuja de manera magistral el autorretrato de un hombre solitario pero volcado a la amistad, amable pero gruñón, hombre de tertulias y comunidad pero muy celoso de su espacio y su autonomía: “Quería mi absoluta independencia y mi soledad. Nadie valía lo que estas dos cosas, que en realidad son una sola” (p. 118), dice, y también sabe expresar la impaciencia de la vocación creadora, y su intrínseca necesidad de apartamiento (así como la incomprensión que en general despierta en los otros), de un modo insuperable: “el aislamiento no gusta a la gente, lo interpreta como signo de egoísmo y de pereza. Muchas veces, cuando más activo andaba yo en mis adentros, comparando, deduciendo y despegándome de una realidad para subir a otra, penetraba en la sala un pariente y me decía: ‘¿Qué haces ahí, perezoso?’. Aquella pregunta yo la sentía como una agresión que me nublaba de sangre el cerebro. La mejor respuesta hubiera sido tirarle una silla a la cabeza. Porque ¿cómo explicarle que mi pereza, como la del campesino, es una pereza activa y que de mi egoísta apartamiento quería sacar mi trabajo y mi contribución social?” (p. 54). Y páginas después: “Yo soy disciplinado y buen administrador de mi tiempo. Llevo una vida rutinaria, pero siempre en tensión, aplicado a lo que tengo por delante. Necesito muchas horas para lo mío, sin descanso ni distracción arbitraria o a merced de alguien” (pp. 130-131). Sólo dos citas más sobre su búsqueda del ambiente propicio para construir una obra: en pp. 250-251 cuenta que “Hubo que estudiar cosas concretas; y ya se sabe que el estudio de lo concreto y la excesiva disciplina están reñidos con el clima poético, que se nutre de intuiciones múltiples y de relaciones sujetas a una lógica propia, en nada parecida a la de este mundo circunstancial”. Y en la página 533, fuera ya de Vida en claro y dentro de esas “Memorias revueltas” que fue publicando en la prensa mexicana: “Mi paso por la vida, o mi modo de caminar, consistía en defenderme lo más posible de las circunstancias para dedicarme a la obra personal, nada lucrativa pero atrayente”.

La penúltima reflexión del autor da pie a observar que moreno Villa se consideraba, ante todo, poeta, por encima incluso de pintor. Son muchas las veces en que el autor alude a alguno de sus poemas o a los comentarios que despertaron en su día, e incluso incurre demasiado a menudo en ese error tan triste de no sólo citar sino comentar y explicar sus versos, ejerciendo de intérprete de sí mismo, filólogo de su propia obra. Lo cierto es que, a su pesar, lo que queda claro en todos esos apuntes es que el malagueño era incomparablemente mejor prosista que poeta, pero a la vez era un poeta consciente de lo que hacía y que estaba en el buen camino: “yo he sido el menos aventurero de los hombres; a no ser que se tome como aventura el lanzarse a la existencia con la poesía como único salvavidas”, dice en p. 133. Y, después, “no quiero parecerme a los poetas que parten de cosas no vividas por ellos” (p. 181).

Pero Memoria (título que, según revela el editor en su introducción, fue el primero que Moreno Villa barajó para lo que sería Vida en claro) incluye muchas otras piezas, poco difundidas o plenamente inéditas, de distinto valor. Se reproducen los recuerdos y semblanzas de amigos (Luis Buñuel, Max Aub, Emilio Prados, Alfonso Reyes, Federico García Lorca, arremete con bastante dureza contra el aislamiento despectivo de Juan Ramón Jiménez en los años veinte –pp. 581-582– y afirma que “la gran labor de la Institución [Libre de Enseñanza] fue la de inculcar en la gente el amor a la seriedad” –p. 579–…) que Moreno Villa publicó en periódicos mexicanos (y en parte fueron ya recuperados en 2010 por Humberto Huergo Cardoso en Medio mundo y otro medio, que publicó la editorial valenciana Pre-Textos), y también esbozos y apuntes inacabados que se conservan en el archivo del autor, depositado en la Residencia de Estudiantes. Pero la sección más sorprendente y reveladora es la que recoge los “Escritos sobre la guerra civil española”: conferencias, breves dietarios, notas de viaje e incluso una entrevista con las que Moreno Villa se incorpora al pequeño grupo de grandes escritores que contaron cómo fue la guerra en Madrid, a veces en forma de narración, como Arturo Barea y Max Aub, o de diario, como Carlos Morla Lynch, o de crónica, como hizo Manuel Chaves Nogales en ese extraordinario La defensa de Madrid que acaba de publicar la editorial sevillana Renacimiento. Moreno Villa, como Chaves, cuenta cómo estaban las embajadas saturadas de refugiados, cómo los milicianos acudían al frente en tranvía público o cómo se desarrollaban los combates aéreos, pero él, aparte de observarlo y padecerlo desde su habitación de la Residencia, puede dar también testimonio de primera mano de cómo fueron evacuados a Valencia, siguiendo al Gobierno, y de sus meses allá, con “tiendas abarrotadas de comestibles y bebidas, calles repletas de gente, animación y, sobre todo, escenario sin tecleo de ametralladoras, estampidos de cañón y explosiones” (p. 310).

La peripecia vital de Moreno Villa pasó, por tanto, por varios de los acontecimientos principales de su tiempo. Además de tratarse con buena parte de los políticos y artistas más relevantes de aquellos años, y aparte del rico mundo interior que proyectó en su obra plástica, sufrió la guerra y un exilio que sería definitivo. Fue esa distancia la que le condujo a una nostalgia que a su vez le obligó a escribir todo lo que ahora, reunido y puesto en limpio, podemos leer en la serena pero palpitante Memoria de un hombre tan introspectivo que acabó comprendiendo, en la última sentencia del libro, que “El fantasma de cada cual tiene que vivir y crecer, acaso con más derecho que el otro personaje, el que todos conocen de nosotros” (p. 679).

[Reseña publicada en Turia, nº 103 (junio 2o12), pp. 433-435.]