viernes, 30 de septiembre de 2011

Islandia: dos veces lejos




Saga de Eirík el Rojo

Traducción de Enrique Bernárdez.
Ilustraciones de Fernando Vicente.
Nórdica Libros. Madrid, 2011. 88 páginas.

Tanto por lo que se refiere a lo temporal –el siglo XII– como a lo espacial –Islandia–, esta breve Saga de Eirík el Rojo llega hasta nosotros desde lo remoto, y, sin embargo, qué fácil entrar inmediatamente en su mundo y familiarizarse con su ritmo y su lenguaje. Buena parte del mérito de esto, tal vez más que nunca, hay que atribuirlo a la intermediación del infatigable Enrique Bernárdez, quien, aparte de lo que traduce de otros idiomas (Andersen…) y lo que escribe sobre lingüística y gramáticas germánicas, es el principal culpable de que las últimas generaciones de españoles hayamos podido enamorarnos de la literatura islandesa
Él ha vertido a nuestro idioma desde algunas de estas sagas fundacionales hasta La mujer de verde, el primero de los best sellers de Arnaldur Indridason (RBA), pasando por novelas de Halldór Laxness (El concierto de los peces, para Turner), Gudbergur Bergsson (Amor duro y La magia de la niñez para Tusquets o Tota y el dedo de papá y Tomas Jonsson para Alfaguara) o las versiones para Nórdica Libros del recientemente fallecido Thor Vilhjálmsson (Arde el musgo gris) y Sjón (El zorro ártico y Maravillas del crepúsculo).
Otros traductores nos han permitido acceder a más novelas de Laxness (el único Premio Nobel islandés, de quien Turner recuperó también la determinante Gente independiente) y de Bergsson (aún se puede encontrar la impactante El cisne, en Tusquets), a otras tres investigaciones policiacas de Indridason (Las marismas, La voz y El hombre del lago) o a 101 Réikiavik, de Hallgrímur Helgason (RBA, 2001), pero Islandia ha llegado hasta nosotros también a través de un imaginario construido por foráneos que fantaseaban con aquel lugar, a veces sin haberlo pisado nunca. Así, desde la primera novela de Victor Hugo (Han de Islandia, de 1823), el Viaje al centro de la tierra, de Jules Verne (1864) o Pescador de Islandia, de Pierre Loti (1886), hasta las recientes nouvelles Hotel Borg, del italiano Nicola Lecca (Pre-Textos, 2009) o Hildur, del catalán Toni Montesinos (Paréntesis, 2009), pasando por las inteligentes pero desganadas Cartas de Islandia de Auden (Alba, 2000).
Además, junto a los poemas de Jorge Luis Borges (“Qué dicha para todos los hombres, / Islandia de los mares, que existas”…) y el venezolano Eugenio Montejo (“Es este sol de mi país / que tanto quema / el que me hace soñar con sus inviernos […] Voy a plegar el mapa para acercarla”: “Islandia”, en Algunas palabras, 1976), hay que anotar otros menos conocidos en los que aquella isla parece concebirse como un horizonte inalcanzable y casi extraterrestre cuya simple existencia, el saber que de verdad está ahí, en algún lugar muy hacia el norte, aporta consuelo a la situación insatisfactoria desde la que se escribe: así “Islandia”, de Miguel Ángel Velasco (en La vida desatada, Pre-Textos, 2002), o, en nuestro contexto aragonés, el poema “Islandia” de Sylvia Solé (en Diacronía del miedo, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007), aparte del violento final de ‘Amor mío’, de Manuel Vilas, en el que al hilo de algo muy diferente se aprovecha el dato de que Reykiavik es la capital de país más al norte del planeta (en Calor, Visor, 2008). Y, cambiando de formato, merece citarse también un proyecto del excelente fotógrafo zaragozano Jorge Fuembuena (www.jorgefuembuena.com).
Al margen de los Edda y las sagas (hay algunas disponibles en Espasa-Calpe, Alianza, Siruela o Miraguano, muchas traducidas por Bernárdez), la poesía islandesa no ha llegado con tanta fortuna hasta aquí, aunque hay que anotar los dieciocho poetas islandeses del siglo XX que Francisco J. Uriz incluyó en su voluminosa antología de Poesía Nórdica (Ediciones de la Torre, 1999), entre los que cabe destacar a Snorri Hjartarson, Stefán Hördur Grímsson, Steinunn Sigurdardóttir o Gyrdir Elíasson, a los que se unió Elísabet Jökulsdóttir cuando el mismo Uriz seleccionó cinco de sus poemas para El gol nuestro de cada día. Poemas sobre fútbol (Vaso Roto, 2010).
El caso es que dentro de muy pocos días la Feria de Fráncfort está dedicada a aquel pequeño país de lava y nieve, y este relato de las peripecias de Eirík el Rojo, bien ilustrado por Fernando Vicente, se presenta como el mejor modo de llegar a Islandia desde su principio, entrando por su literatura primitiva, tan hospitalaria y hermosa como la de otras tradiciones (hay pasajes que recuerdan inmediatamente al Antiguo Testamento o al Libro de las Maravillas de Marco Polo). Narra el descubrimiento y fundación de Groenlandia por parte de los vikingos, y lo hace con esa ingenuidad primaria, sabia y eficaz tan propia de los relatos orales, y con un sentido del humor que no se sabe bien si es deliberado o involuntario, pero que a veces forja situaciones enternecedoras o cruelmente desternillantes, como cuando Eirík decide bautizar lo que ha descubierto con el nombre de “Groenlandia, esto es, Tierra Verde, pues dijo que los hombres estarían más dispuestos a ir allá si la tierra tenía un buen nombre”: p. 15).

Juan Marqués

(publicado en Artes & Letras [Heraldo de Aragón], nº 350 (29 de septiembre de 2o11), pp. 4-5.)