jueves, 26 de marzo de 2009
Quiero jugar otra vez
Quiero jugar otra vez
La soledad de los ventrílocuos
Matías Candeira. Tropo. Zaragoza, 2008. 180 pp.
Resulta difícil escribir reseñas cortas sobre libros buenos, sobre todo cuando se trata de colecciones de cuentos o poemarios, ya que entonces contienen varias unidades literarias que apetecería comentar y aplaudir por separado. Debería ser posible reseñar un solo relato, un solo poema: se evitarían tópicos y generalidades y sería más difícil aplicar o disimular la habitual pereza crítica.
En la primavera de 2006, y en circunstancias que no vienen al caso, tuve la suerte de leer y contribuir a premiar un cuento lleno de magia. Se titulaba “El hombre en el barreño” y lo había escrito el por entonces inédito Matías Candeira (Madrid, 1984). Casi tres años después esa pequeña joya ha sido por fin publicada en Zaragoza, cerrando “La soledad de los ventrílocuos”, el primer libro de relatos de su autor, y, como no podía ser de otro modo, tratándose de buena literatura, no ha perdido nada de su delicada fuerza, de su potentísima ternura.
Muchos de los trece cuentos que le preceden demuestran que la belleza de aquél no era casual, que el talento de Candeira da para mucho más. Hay una melodía común, no exactamente lírica pero sí muy estilizada, basada en la fantasía y en confiar con valentía en la disposición del lector para bucear en ella y acompañarle hasta confines audaces. A veces pide demasiada “suspensión de la incredulidad” a aquellos que miramos de reojo a la ciencia ficción, o está a punto de perder la medida de la inocencia (que es una preciosa y enorme virtud) para derivar hacia lo infantil (que, en este caso, sería un defecto), pero en general mantiene un tono fascinante e hipnótico y apetece seguir explorando con él las extrañas pero hospitalarias regiones de su envidiable imaginación.
Hay algo peterpanesco en esa opción narrativa, y el título de esta nota (que copia el último anhelo del cuento titulado, precisamente, “Jugar”) quiere expresar lo que de adicción a la diversión creo adivinar en la escritura de este cuentista debutante. Candeira necesita pasárselo bien, pero también proponer con sensibilidad ciertas explicaciones a los aspectos tan inevitables como indeseables de la vida: la soledad, el miedo, la enfermedad, el desamor o, por supuesto, la muerte (aunque la fallecida pueda ser una nevera, como en el primer cuento del volumen). Sus fábulas, así, quieren entretener pero también consolar, y lo consiguen.
“Lo peor que le puede pasar a alguien es que se le comprenda por completo”, cree C.G. Jung en el exergo de “Al final de Sara”, y esa sentencia (que Baudelaire había aplicado para siempre a la poesía, al comprender que todo poema debe dejar insatisfecho al lector, al menos en un primer momento, y obligarle a releer y trabajar hasta convertirse casi en coautor) ayuda a leer a Candeira, a seguirle en sus búsquedas, a compartir y apreciar sus hallazgos. Son –dicho por fin sin rodeos– cuentos muy hermosos, y supone un placer poder habitarlos y descubrir sus sorpresas, sus secretos, su cálido, profundo e irresoluble misterio.
(Publicado hoy en el suplemento "Artes & Letras" [Heraldo de Aragón])
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1 comentario:
Me ha gustado esto:
"...esa sentencia (que Baudelaire había aplicado para siempre a la poesía, al comprender que todo poema debe dejar insatisfecho al lector, al menos en un primer momento, y obligarle a releer y trabajar hasta convertirse casi en coautor)..."
Me ha enseñado una nueva forma de leer. De enfrentarme al texto.
Un abrazo.
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