UN SILENCIO
ESTRUENDOSO
Nicole Krauss
La Gran Casa
Barcelona, Salamandra, 2012
Traducción de Rita da Costa
Escribir con la convicción de que
quien te va a leer es la persona más inteligente del mundo supone un buen punto
de partida para cualquier narrador o poeta, y es un recurso que la novelista
neoyorquina Nicole Krauss parece haber puesto en práctica en las tres novelas
que ha publicado hasta hoy: Man Walks
Into a Room (2001 –Llega un hombre y
dice, Salamandra, 2009–), The History
of Love (2005 –La historia del amor,
Salamandra, 2006–) y ahora esta Great
House (La Gran Casa). Si su
emocionante segundo título ha quedado consagrado con justicia como una de las
mejores novelas de la década pasada, esta nueva obra, construida con materiales
similares, es todavía un poco más compleja, misteriosa y exigente con el lector.
Harán bien en no acercarse hasta La Gran
Casa quienes necesitan que se les explique todo, quienes reclaman que las
historias se cierren y encajen como un puzle a través de anagnórisis y
casualidades, quienes se desconciertan si se les desorienta. Pero quienes
disfrutan con la sutileza, con las conexiones internas que no implican
necesariamente el solapamiento de las tramas, con la exposición de un puñado de
personajes mucho más unidos de lo que finalmente pueda parecer, o simplemente
dejándose llevar por una narración hipnótica y una escritura primorosa, encontrarán
en esta novela un lugar muy cómodo, aun con rincones trágicos, donde pasar unas
cuantas horas.
Pero
que los desenlaces de cada una de las historias sean complicados, por elípticos
y a veces bruscos, no hace que estemos exactamente ante una novela difícil.
Cada uno de los mimbres argumentales se presenta con claridad y con la ventaja
siempre iluminadora de estar escritos con verdadera maestría, de un modo ya
difícil de encontrar en la narrativa estrictamente contemporánea, y sobre todo
entre los autores de la edad de Krauss, nacida en 1974. La tensión narrativa de
La Gran Casa se mantiene en su punto
más alto desde el primer párrafo hasta el último, sin decaer ni un instante,
sin ninguna página de transición, sin ningún detalle que no contribuya al éxito
final de un relato que habla, sí, del pasado, la memoria y la herencia, pero
sobre todo de la identidad individual de cada uno de los protagonistas de la
narración y, de rebote, de cada uno de quienes lo leemos, de la libertad y la
responsabilidad que implica estar vivos.
Todo
eso es lo que representa el monstruoso escritorio que va desplazándose de una
subtrama a otra, desde Nueva York a Jerusalén pasando por Londres y tal vez
algún rincón de Alemania, aunque también flota el rumor de que podría haber
pertenecido a Federico García Lorca (tal vez la única decisión arbitraria del
argumento, que, aunque no se confirma ni se desarrolla, resta verosimilitud a
la historia del mueble sin aportar magia). Pero, siendo el principal y más
espectacular, ése no es el único ni tal vez el más lúcido símbolo de una novela
que también aborda con inteligencia y verdadera sensibilidad los temas de la
culpa, la maternidad, la vida conyugal, la escritura, la soledad, la
inspiración, la enfermedad, el olvido y, claro, el amor y el desamor, la
felicidad y el dolor, la vida y la muerte.
Krauss
escribe con una prosa que se puede considerar “clásica” en cuanto a su
profundidad, en su aversión por lo leve o lo insignificante, pero con una
estructura muy habitual en la narrativa (sea en papel o en imágenes) de hoy, de
historias parciales que se van barajando, relatos fragmentarios e incluso
incompletos que sólo cuentan lo que el texto general y las intenciones últimas
del autor necesitan. En ese sentido, Krauss ha citado alguna vez a W.G. Sebald
como referencia determinante, pero en una lista que dio, preguntada por sus
libros favoritos (y junto a algunos precedentes ineludibles al hablar de
literatura norteamericana judía, como Saul Bellow o Philip Roth), también
constan Los detectives salvajes y 2666, de Roberto Bolaño, Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, o incluso
Bartleby y compañía, de Enrique
Vila-Matas. Todos son buenos compañeros de viaje para una escritora que ha
sabido satisfacer con brillantez las vertiginosas expectativas que impuso con La historia del amor. Con tal
trayectoria, y a sus treinta y ocho años, ilusiona calcular la cantidad de
obras maestras que todavía podrá darnos en el futuro.
[Reseña publicada en la edición valenciana de ABC, 27 de octubre de 2o12]
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